sábado, 12 de enero de 2013

La última Marimanta cacereña.


Grabado de Goya (F.I.)
             
             Hay varias leyendas explican las apariciones de las Marimantas, tantas como regiones  españolas, pues en  cada una existió una Marimanta. En Galicia se cuenta que la Marimanta era una mujer anciana, fea y encorvada, que iba por los pueblos pidiendo limosna, a su espalda llevaba un saco donde metía los niños malos, haciéndoles desaparecer.

 En Cáceres también hubo marimantas que deambulaban en la oscuridad de la noche por las calles de la ciudad, pero eran más mundanas y reales,  pues solían ser personas que camufladas de fantasma y con la luz de una candela aprovechaban el anonimato para visitar mancebías, o en el caso de las señoras eran celestinas que cubiertas con sábanas atemorizaban a los transeúntes para proteger los amores nocturnos y clandestinos de algún señorito con mujer casada o doncella, preservando así su reputación y decoro. 

La última Marimanta cacereña, tenía un fin distinto, he aquí su historia.

Corría los años 50, y cerca del barrio de San Antonio al anochecer solía aparecerse una de esas marimantas provista de un sudario impolutamente blanco y ataviada de una vela asustaba de muerte a todo aquel que pululaba en la madrugada por aquellas callejuelas. Se escudaba en la mala iluminación del barrio y de la poca vigilancia que había, para deambular por las calles con vía libre para sus fines. Muchos fueron los trasnochadores y madrugadores atemorizados, por esta Marimanta.

Callejuelas del Barrio de San Antonio, Cáceres.

Cuentan que aquella particular Marimanta, no se metía con nadie, ni hacía daño alguno, que al ver algún transeúnte por aquellas calles, ella permanecía inmóvil, mas el susto te lo llevabas igual. Esto le sucedió a Antonio, un joven panadero de la localidad, que por su trabajo tenía que madrugar. Una de esas noches andaba camino de su trabajo cuando se le apareció la Marimanta, del susto  quedó palidecido y salió escopetado, no sin antes soltar una retahíla de improperios a la vez que iba gritando: 

“Esta noche te libras porque no llevo conmigo la navaja, pero la próxima vez que nos crucemos aunque seas un alma en pena, con ella te rajo en dos…” 

Parecerse que aquella  advertencia tuvo sus frutos pues por un tiempo la Marimanta no volvió a hacer acto de presencia en las noches cacereñas, y Antonio iba más tranquilo a su horno, aunque siempre provisto de su navaja cabritera la cual portaba en mano cuando caminaba por aquellas callejuelas poco iluminadas del barrio de San Antonio.

Calle Pereros, Cáceres.

Una noche, cuando para Antonio la Marimanta no era más que un lejano recuerdo,  tuvo la desgracia de volverse a topar con ella cerca de la plaza de los Pereros, Antonio sin cruzar palabra abrió su navaja y salió corriendo tras el fantasma.

“Hoy no te salva ni Dios, no huyas.” Gritaba Antonio.

De pronto la Marimanta se remangó la sábana y corriendo trato de escapar calle abajo, mas viendo que el joven panadero le daba alcance, se subió a una reja y desde lo alto de ella dijo:

“Antonio, hijo, no me hagas ná que soy yo la Tía Petra, la Churrera, no me hagas daño. “

“Pues de buena se ha librado. ¿Pero que hace usted con su edad a estas horas de la madrugá dando sustos a las gente honrá?” Dijo Antonio.

“Que ando a la cata del señó Joaquín, que me han dicho que me la pega con una furcia que vive por estas calles.” Respondió ella.

“Ande baje de ahí, que yo la ayudo, váyase para casa, y no haga caso a chismorreos.”

Al final el susto fue mayor para la Marimanta al ver tan cerca la muerte que para el joven panadero.

Pero la explicación era sencilla, la Tía Petra era una vecina muy celosa de aquel lugar, y el señó Joaquín era su esposo, que aunque era un bendito, según decían, le gustaba salir de noche a negocios propios y la vecinas de la Tía Petra,  por broma o por malicia, envenenaban los celos de la Petra, que se lo creía todo, y por ello quería dar un escarmiento a su presunto infiel marido.


Más leyendas son y así te las he contado, gracias y hasta la próxima.


Escrito por:   Jesús Sierra

Fuentes: “Ventanas a la ciudad”, Fernando García Morales

2 comentarios:

  1. Me llegó a encontrar yo una de esas y no veas...muy buena historia!!!

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  2. ¡Esta es muy graciosa aunque con susto! La pobre mujer por querer asustar al marido, le pudo costar la vida. Bien por ti Chuchi.

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