sábado, 10 de agosto de 2013

La historia de doña Margarita de Narbona y don Alvar Núñez de Castro.



Los hechos que a continuación narro, se produjeron en el siglo XIII, en la villa de Granadilla (Cáceres). Fundada en 1.170 por el rey leones Fernando (otros historiadores dicen que su fundación es anterior, sobre el siglo IX),  fue llamada en un principio con el nombre de la villa de Granada, hasta que en el año 1.492 los Reyes Católicos toman el reino Nazarí de Granada y para no confundirlas pasa llamarse villa de Granadilla.
 
Foto antigua del la Villa de Granadilla, Cáceres (F.I.)

En el año 1.283, muere el infante don Pedro (hermano del rey Sancho IV) legando el señorío de Granadilla, Galisteo y otras villas, a su hijo don Sancho, pero siendo este menor, contaba por entonces con un año de vida, queda bajo la tutela de su madre doña Margarita de Narbona, administradora de su herencia.

Doña Margarita de Narbona era una mujer de hermosura desbordante, de gran entereza y acostumbrada a resolver los problemas de sus señoríos. A la muerte de su esposo, decide para proteger los bienes de su hijo aliarse con su cuñado el infante don Juan (hermano también del rey Sancho IV), y con otros nobles que apoyaban los derechos de los infantes de la Cerda a la corona de Alfonso X, el sabio, que recaía ya en Sancho IV, el bravo, hijo de Alfonso X y segundo en la línea sucesoria al trono.

Ante aquella traición a su persona, el nombrado ya rey de León y Castilla, ordena al Maestre de Alcántara don Fernando Paéz, que con los caballeros de su Orden y con el apoyo de las milicias concejiles de Coria, Plasencia y otras villas adyacentes, asalten y tomen el control de los castillos y plazas que estuvieran bajo el gobierno de doña Margarita de Narbona.

Reunidas y pertrechadas las tropas, ponen rumbo a sus objetivos. Primero se apoderan de la villa de Sabugal de gran importancia pero mal defendida. Y pronto las noticias de su conquista y  de la cercanía de las tropas del Maestre corren por los señoríos de doña Margarita, desmoralizando a sus habitantes y defensores.
 
El Rey Alfonso X y el infante don Sancho. (F.I.)

Doña Margarita ante la inminente llegada, se refugia con su hijo en la fortificada villa de Granada, a la espera de recibir auxilio del infante don Juan o del rey de Portugal.
Recluida ya en Granada, doña Margarita temerosa y preocupada observaba desde el alcázar como las tropas del Maestre iban sitiando paulatinamente la villa. La defensa de la villa le había sido encomendada al Alcaide de la misma don Men Rodríguez, fiel servidor de su causa, pero hombre de edad ya avanzada, incapaz de liderar con maestría las fuerzas defensoras en dicha situación de asedio. Por eso cuando el Alcaide revisaba matutinamente las defensas siempre le acompañaba doña Margarita, alentado y arengando las tropas cual capitán, ofreciéndoles y prometiéndoles grandes beneficios por la victoria.
  
Esperaba doña Margarita que las tropas del infante don Juan llegaran pronto en su auxilio, atacando la retaguardia de las tropas del Maestre, rompiendo el asedio y facilitando la victoria. Pero viendo la tardanza de la ayuda y la poca maestría del Alcaide, decidió solicitar entre sus soldados un voluntario para que atravesando las tropas sitiadoras hacer llegar un mensaje al caballero extremeño don Alvar Núñez de Castro, que se hallaba en Galisteo,  valeroso capitán de gran destreza y coraje que había luchado en diferentes ocasiones bajo las ordenes del difunto marido de doña Margarita, y que destacaba por su valentía en el frente de batalla.

Consiguió el mensajero cruzar las líneas enemigas sin ser detectado y entregar la misiva a don Alvar, que una vez leída la carta y sin más dilación, consigue reunir un número considerable de fieles caballeros extremeños curtidos en batallas, y raudo parte hacia la villa sitiada.

Sancho IV, el bravo. (F. I.)

El caballero Alvar era un apuesto galán, bello en facciones y de cuerpo apolíneo, además contaba entre sus muchas virtudes con un gran manejo en el arte de la espada. De fama reconocida entre las damas y los hombres de armas, había servido en sus años de juventud como paje en la corte, donde conoció a doña Margarita, enamorándose platónicamente de ella. Con el paso del tiempo el adolescente paje servicial y afable, pasó a ser un apuesto caballero ducho en el manejo de la espada y la lanza, hasta el punto que los linajes más poderos de la corte se lo rifaban, tanto como las damas más influyentes que caían rendidas a sus grandes dotes de galán. Mas siempre en su corazón estaba la bella Margarita, y por esos aprovechaba su participación en los torneos y justas que disputaba para ofrecerle siempre galantemente sus triunfos a la joven dama, pero ella era inalcanzable, por mucho que se esforzará, los ojos de la bella Margarita estaban puesto en su señor el infante don Pedro al cual al cabo de un tiempo se unió en matrimonio frustrando lo deseos del extremeño y partiéndole el corazón.

Resignado y ocultando sus sentimientos se refugió don Alvar en el arte de la guerra. En cada escaramuza, misión o batalla se le solía ver siempre en vanguardia. Así fue ganando el caballero extremeño, su fama de gran paladín. La reputación y las riquezas que iba atesorando eran poco para el sufrido corazón del caballero que ansiaba yacer con la bella Margarita. Por eso cuando se enteró de la muerte del infante don Pedro y del posterior sitio de Granada vio su oportunidad de satisfacer su amor, y más cuando se presentó ante él, el correo con la misiva de doña Margarita.


Tras una jornada larga y arreando duramente a sus monturas, llegaron a los alrededores de la villa al caer la noche, y tras observar el sitio, deciden penetrar en la fortaleza por uno de los flancos menos custodiados, aun así los sitiadores presentaron justa resistencia en batalla ante las veteranas milicias de don Alvar, que logra introducirse en la fortaleza no sin perder en el camino a numerosos caballeros.

Castillo de Granadilla, 1915 (F. Archivo Diputación Cáceres)

Una vez dentro don Alvar, se presentó ante doña Margarita para rendirle pleitesía, y tras arrodillarse ante su magna presencia le beso la mano que le ofrecía y le habló:

“He aquí ante vos a vuestro más fiel servidor dispuesto para la batalla, mi señora.”

Feliz se hallaba doña Margarita de Narbona de la premura con la que el aguerrido caballero extremeño había acudido en su ayuda.

“Gracias por vuestra ayuda caballero, sé que mi esposo confiaba en vos y os tenía en muy alta estima y por eso agradecida y en deuda estoy con vos por el honor que me hacéis al servirme vasallaje en esta encrucijada en la que me hallo.”

Mientras la joven dama hablaba don Alvar la contemplaba extasiado, como quien adora a una diosa, sus palabras eran música para sus oídos y su mirada fuego para su corazón. 

“Sé que mucho os pido noble caballero- continuo diciendo doña Margarita- y por lo tanto mucho perdéis, pero sois mi única esperanza, mi única salvación para mí y mi pequeño hijo.”

“Por vos daré mi vida, aquí o en el infierno, es mi deber como digno vasallo vuestro que soy.”

“Vos mismo habéis podido comprobar en la situación en la que nos encontramos, pocos somos, nos superan en número y armas, y la ayuda solicitada no acaba de llegar, por eso os he hecho venir. Pero, ¡vuestros caballeros y vos debéis estar hambrientos y cansados! –dijo haciendo una pausa, y dirigiéndose a uno de sus ayudantes.- Haré que os preparen algo de comer y luego podéis retiraros a descansar, mañana al despuntar el alba hablaremos.”

“No mi dama, en la guerra no hay descanso y el tiempo es crucial, mi máxima preocupación es protegeros, y por eso deseo revisar ahora todas vuestras defensas y los hombres con quienes contáis.” –Respondió Alvar.-

“Pues así lo haréis, acompañad a don Alvar junto al Alcaide don Men, mi más fiel caballero y hombre de gran confianza- habló a un escudero que se hallaba en la sala- que se ponga bajo vuestro mando y haced todo lo que estiméis oportuno. En vos pongo mi vida y la mi hijo, rezaré por vos y vuestra victoria”

“No os preocupéis mi señora, confiad en mi.” Y tras hacerle un reverencial saludo, retirose de la sala junto al escudero.

Aquel encuentro de don Alvar con doña Margarita, había hecho resurgir el obsesivo amor que él le profesaba, y no iba a parar hasta poseerla, era su gran oportunidad.
 
Calle de Granadilla (Foto por Francisco J. García Núñez)

Acompañado del anciano Alcaide fue don Alvar revisando hombres, torres y murallas, reorganizando una a una sus guarniciones para una mayor respuesta. Dividió en dos sus defensas, la puerta de Coria que daba al sur sería defendida por don Men y la puerta de Béjar, junto con el castillo estaría bajo el mando de don Alvar.

El asedio era cada vez mayor y más virulento, las tropas del Maestre mayor en número intentaban una y otra vez el asalto de la villa. La parte más castigada era la zona sur, la cual en dos ocasiones fue defendida victoriosamente por el aguerrido don Men.

Pero para don Alvar, sabedor que aquella batalla estaba predestina a la derrota, el enemigo triplicaba o cuadriplicaba a las tropas defensoras, los recursos eran insuficientes y la ayuda solicitada a don Dionís, partidario de los de la Cerda no llegaba pues andaba guerreando en la ribera del Coa con las tropas reales. Por eso en la cabeza y el corazón de don Alvar tenía un único objetivo marcado, salvar su vida y la de doña Margarita. Para ello ya tenía un plan ideado, cuando revisó el castillo con el Alcaide, este le enseñó un pasadizo subterráneo que desembocaba cerca del rio, por el un grupo reducido de individuos, amparados en la oscuridad de la noche, podían atravesar las fuerzas enemigas sin ser detectados y desde allí dirigirse a caballo hacia el castillo de la Palomera y después a Portugal.

Órdenes militares en S.XIII (F. Gervasio Velo)

Los días pasaban y Alvar estaba ya dispuesto a mostrarle su amor a doña Margarita, una noche la cual parecía tranquila, aprovechó don Alvar para colarse en la cámara donde doña Margarita se hallaba, descuidando así sus funciones de vigilancia.

“Me habéis asustado don Alvar, a que se debe vuestra visita a estas horas tan intempestivas.”

“Mi señora, las defensa de la villa pronto sucumbirán antes el empuje de las tropas del Maestre, pocos o ningún día de resistencia nos queda, debéis pensar en poneros a salvo.” –Dijo don Alvar-

“Huir, ¿Cómo? Imposible, no sin mi hijo.”

“La caída de la villa es inevitable, debéis huir a vuestro castillo de la Palomera, y una vez allí reunir las fuerzas que os quedan para hacer frente al Maestre.” –Respondiese de nuevo don Alvar.- 

“Pero, ¿cómo atravesar el cerco?”

“Eso dejádmelo a mí, lo tengo todo planeado, pero antes debo sincerarme con vos. Estoy perdidamente enamorado de vos desde el primer día que os vi en la corte siendo yo un humilde paje. Todo lo que he hecho en vida y lo que soy, en lo que me he convertido, ha sido por vos, y por eso si que si os sacó de aquí vos debéis ser mía, os entregareis a mí para siempre.”

En ese momento don Alvar se abalanzó sobre ella intentando besar sus labios. Doña Margarita asustada y llena de pánico retrocedió y gritando pidió auxilio.

“Pero, ¿qué clase de caballero sois vos?¡Socorro! ¡Socorro! ¡A mí la guardia!”

Don Alvar preso de la locura al no ser correspondido, intento hacerla callar, con sus mano tapó su boca mas era imposible acallar sus gritos, en un ataque de cólera la abofeteó fuertemente, cayendo desmayada por el golpe en los brazos de don Alvar.

En ese instante suenan reiteradamente las campanas por toda la villa y los gritos comienzan a inundar la lejanía. 

“Nos atacan, nos atacan, el enemigo está a las puertas.”

Plano castillo y muralla de Granadilla (F. Gervasio Velo)

Aquella noche la estrategia de las tropas del Maestre iba dar sus frutos, decidió atacar dos frentes a la vez, primero atacaría como era costumbre la puerta sur y aprovechando que todas las fuerzas sitiadas acudían en su auxilio al estar sin el mando de don Alvar, con un número reducido atacó la puerta norte, descuidada por este hecho, y aniquilando a los vigías consiguió penetrar en la villa. 
  
Todo estaba perdido, el fiel Alcaide viendo que era el fin, acudió raudo en defensa de su señora, pero al entrar en cámara no halló a nadie. Entonces se dirigió hacia el pasadizo, y en una de la galería la escena que encontró lo perturbó por completo, era don Alvar llevando en sus brazos a doña Margarita.

“Alvar, Alvar.” –Gritó.-

En ese instante la dama somnolienta empezó a pedir auxilio.

“Socorro Alcaide, se ha vuelto loco. Salvadme.” -Pero nuevamente  cayó desmayada.-
 El Alcaide, espada en mano se interpuso en el camino de don Alvar.

“Así defendéis la villa, así servís a vuestra señora, secuestrándola, moriréis como lo que sois un perro.”
 
“Dejadme pasar o moriréis anciano.” –Dijo don Alvar.-

“Nunca, antes la muerte que dejaros ir.” -Replicó el Alcaide.-

“Pues que así sea.” – Y desenvainando su espada se abalanzó sobre el.-

Nada podía hacer el anciano Alcaide ante un consumado y joven espadachín como Alvar, y tras un intercambió duro de golpes de espada, atravesó su pecho de una estocada. El Alcaide soltando su espada apoyose su espalda sobre la pared, cayendo suavemente al suelo, y con su boca escupiendo sangre  a borbotones, con su último aliento antes de expirar lo maldijo.

“Dios sabrá castigar vuestra ofensa, abriendo las puertas del infierno para vos.” 

Recogió a la dama entre sus brazos, y continuó su camino, en ese momento despertó y viendo la daga que don Alvar portaba en su cinto, cogiola y clavósela en la espalda al caballero. Don Alvar al sentir el filo de la daga penetrar su cuerpo la soltó bruscamente, instante que aprovechó para huir del caballero por las galerías pidiendo socorro.

Puerta de la Villa. (F.I.).

Don Alvar, mal herido, sangrante y casi desfallecido nada pudo hacer por retenerla, y viendo que los guardias se acercaban se dirigió hacia la pared que ocultaba el acceso al pasadizo, ocultándose rápidamente de sus perseguidores. Dando tumbo por las paredes del subterráneo y medio a oscuras llegó al final del pasadizo, donde había dejado bien resguardados unos caballos para la huida.

 A duras penas sostenido sobre su caballo, y casi inconsciente por la fiebre generada por la herida infligida por la dama, quiso el destino que en la oscuridad de la noche llegara cerca de la villa de Abadía, allí  divisó una tenue luz, era la luz guía de la ermita de Nuestra Señora de los Ángeles a la cual se dirigió.

Casi amanecía cuando llegó a las puertas de la ermita, el ruido de los cascos del caballo a tan intempestivas horas había despertado al anciano eremita que cuidaba del santuario.

“¿Quién hay ahí fuera? ¿Y qué intenciones tenéis?” –Dijo.-

“Asilo y confesión pido hermano, caballero soy y mal herido me hallo.” – Logró responder casi a media voz don Alvar.-

Presuroso abrió la puerta el anciano y al ver al caballero completamente ensangrentado, bajole con cuidado del caballo y apoyándose en su hombro lo introdujo en sus humildes aposentos, acostándole en su camastro. Con unas telas taponó la herida sangrante, en ese instante don Alvar se desvaneció, y aprovechó el ermitaño para examinar con detenimiento la herida, pues en su juventud había servido como soldado templario en distintas batalla, y  acostumbrado estaba a tales menesteres, mas al ver la herida se dio cuenta enseguida de que poco o nada podía hacer, era demasiado profunda y no dejaba de sangrar. Le aplicó un emplasto a base de clara de huevo y estopa y taponando la herida fuertemente con una tela se encomendó a Dios.

Hallábase aun rezando cuando don Alvar despertó.

“Vuestros rezo son por mi padre.” –Habló don Alvar medio inconsciente aun.- 

Tras terminar sus plegarias con Amén, preguntó el ermitaño. 

“¿Quién sois y cual es vuestra historia hijo?”

“Padre, no merezco sus plegarias, he cometido el peor de los pecados, mas antes de morir deseo confesión para poder estar en paz con Dios.”

Castillo de Granadilla, Cáceres. (F. Juan Ragel)

El monje cogió con una mano un crucifijo de madera que tenia sobre una pequeña mesa y se la dio a don Alvar y tras bendecirlo escuchó con atención sus pecados.

Tras escuchar la deshonrosa historia cometida y lo arrepentido que se hallaba, el anciano padre perdono le en confesión.

“Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen”
“Padre deseo a demás ser enterrado tras mi muerte cerca del altar de la ermita, para poder estar a los pies del sacerdote cada vez que oficie misa, y purgar así mi culpa cada día.” –Volvió a hablar el caballero.-

“Así se hará hijo, si llegase el momento.”

“No lo dudéis, mi hora ha llegado. Sé que me queda poco tiempo, y por eso os ruego escuchéis mi últimas voluntades y sed también escribano de ellas.” –Respondió.-

El monje se acercó  hacia una mesa que le servía de escribanía y sobre un pergamino en blanco tomo su pluma, y le dijo:

“Decidme pues, hermano.” – Y escuchando la voz del caballero comenzó a escribir.-
“Yo, don Alvar Núñez de Castro, lego todos mis bienes, dineros y tierras para la fundación de un monasterio en este lugar como penitencia a mis pecados, así también deseo que esta ermita de Nuestra Señora de los Ángeles se convierta con tales bienes en un templo donde dicha congregación religiosa se encargue de su cuidado y culto… Esta es mi última voluntad cúmplase en nombre de Dios… en el año de nuestro señor de 1.283… Tomad ahora mi sello.”

Y tras entregarle el anillo, el moje que quemando un poco de lacre sobre el pergamino, estampó el sello del caballero.

“Un último favor os pido buen padre, buscad en mi escarcela, en ella hallareis una pequeña caja donde guardo una reliquia, único recuerdo que poseo de mi madre, deseo que a mi muerte ser enterrado con ella en mi mano y mi mano sobre el corazón.”

“Ya os he dicho que sólo Dios decide cuando nos llama ante su presencia, pero cuando así ocurra vuestros deseos serán cumplidos.” –Interrumpió el eremita.-

“Si sobreviviera a la muerte padre, -continuo diciendo el caballero- dedicaría el resto de mi vida a la labor de Dios, difundir su palabra, ayudar a los necesitados y orar para expirar mis pecados.“ 

Después de días de fiebres, delirios y fuertes sufrimientos don Alvar Núñez de Castro, fallecía a consecuencia de la herida infligida por doña Margarita. Tal como le había prometido, el anciano monje le enterró en la ermita cerca del altar con la reliquia de su madre en su mano.

Vista actual de la Villa de Granadilla  (F.I.)

Cuenta que no habiendo podido purgar sus pecados en vida, su alma abandona todas las noches su lugar de reposo para vagar montado en su caballo por la villa de Granadilla pidiendo perdón.

Más leyendas son, y así te las he contado. Gracias y hasta la próxima.

Escrito por: Jesús Sierra Bolaños.

Fuentes consultadas:
“Castillos de Extremadura.” Gervasio Velo y Nieto.
“Leyendas extremeñas.” José Sendín Blázquez.