sábado, 6 de diciembre de 2014

La aventura del extremeño Juan de Vera en la Alhambra Nazarí.

Para conocer esta historia nos trasladaremos a la España cristiana del siglo XV, a la época de los Reyes Católicos, cuando estos estaban a punto de concluir la reconquista cristiana de la península con la toma definitiva de Granada.

La Alhambra en 1707. Grabado de Peter Vander AA

Pero, antes que Isabel y Fernando reinaran, en aquellos tiempos ostentaba la corona de Castilla Enrique IV, que mantenía una relaciones cordiales y tolerantes con el emir del Reino de Granada Abu Nasr Sad (más conocido en las crónicas castellana como Ciriza). Mediante esta tregua, Granada se convertía en un estado vasallo y tributario de Castilla, a la que pagaba por ello elevadas sumas de parias. Pero con la muerte del emir de Granada, su sucesor e hijo Muley Hacén, hombre aguerrido y más batallador que su antecesor, aprovechando la debilidad por la que pasaba Castilla debido a las tensiones políticas internas que existían por la sucesión de Enrique IV, en el año 1466 rompe la tregua, y comienza a realizar continuas razias llevando la incertidumbre y el miedo a la frontera castellana.

En 1474 muere en Madrid Enrique IV, su hermana Isabel “la Católica” se autoproclama reina de Castilla en el alcázar de Segovia y envía cartas de vasallaje a todas las ciudades de Castilla. Mientras, otra parte de la nobleza castellana proclama a su vez como reina a Juana “la Beltraneja”, hija legítima de Enrique IV, que pide apoyo y auxilio a su tío el rey de Portugal Alfonso V, con quien después es obligada a casarse en Plasencia (Cáceres). Comienza entonces una guerra civil entre las dos princesas y sus facciones por el trono de Castilla, guerra que duraría cinco años.

               Isabel I                              Juana "La Beltraneja"

Entretanto en el reino de Granada las cosas para Muley Hacén tampoco andaban bien, numerosas revueltas se habían alzado contra él promovidas principalmente por el alcaide de Málaga. Tras varios años de sublevaciones y luchas de poder, el emir decide pedir ayuda al reino de Castilla solicitando una nueva tregua.

Hallaban se los Reyes Católicos en la ciudad de Sevilla cuando una embajada del Reino Nazarí llegó a las puertas de la ciudad solicitando audiencia con los monarcas. Conducida la delegación a la sala del trono, el heraldo anunciaba su presencia a la corte real, el silencio se hacía presente en la sala cuando entraron aquellos sarracenos que cubrían sus cabezas con unas bandas a modo de turbantes, e iban ataviados con ropajes de seda y algodón de vivos colores,y en sus cintos portaban espadas jinetas (armas cortas y delgadas), dagas de orejas, y adargas a la espalda (que eran unos escudos ligeros de cuero en forma de doble judía). Al acercarse al trono donde se hallan sentados Isabel y Fernando, ponen rodilla en tierra, y aquel que parecía el más curtido y veterano en batallas, exponiendo sus credenciales se dirigió con respeto a los monarcas:

“Reyes de Castilla, en el nombre de Dios clemente y misericordioso, que él bendiga a nuestro señor Mahoma y a su familia, y al siervo de Dios y príncipe de los muslimes Muley Hacén, gran emir del Reino de Granada y de su contorno de tierras musulmanas, que mediante esta embajada os muestra sus respeto y admiración. Y os ofrece en virtud de tiempos pasados, pactar una tregua entre ambos reinos hermanos.”- Y sacando una carta que llevaba en una bolsa se la ofrece a los monarcas con ambas manos.-

Vestimentas nazarí (F.I.)

Uno de los capitanes cristianos recoge la misiva y se la entrega a doña Isabel. –“Mi reina.”-
Isabel rompe el sello real nazarí y lee detenidamente la carta. Al terminar se la entrega al heraldo de la corte que hace pública exposición ante los allí presente. Concluida su lectura, el rey Fernando se levantó y habló:

“Id y decidle a vuestro señor, que pronto enviáremos a un embajador a Granada con las condiciones de la tregua.”

Redactadas aquellas palabras por escrito, firmadas y selladas por los monarcas, se la entregaron a la embajada nazarí que partió de inmediato hacia Granada.

Tiempo después, los reyes convocaron un cónclave entre sus consejeros y capitanes, en el cual decidieron aceptar la propuesta del emir. Para encabezar aquella embajada mandaron llamar al noble extremeño don Juan de Vera, caballero de porte y muy noble presencia, que estaba a las órdenes de don Fadrique de Toledo lugarteniente de los Reyes Católicos.

Escudo de los Vera /F.I.)

Juan de Vera era comendador de Calzadilla en la orden de Santiago y Capitán Mayor de la frontera de Portugal. Juan había contraído matrimonio años antes en Cáceres con Constanza de Monroy, hermana de don Fabián de Monroy, señor de dicha villa. Una de las hijas del matrimonio, doña Francisca de Mendoza, casó en Mérida con Diego de Cáceres Ovando, hijo primogénito del gran Capitán Diego de Cáceres Ovando, principal baluarte de Isabel “la Católica” en Extremadura.
  
Corría ya el año 1478 cuando Juan de Vera portando las disposiciones de los reyes partió hacia Granada con una pequeña pero muy distinguida comitiva. En ellas, Isabel y Fernando, aceptaban la tregua a cambio que el reino de Granada pagara cada año las parias de dinero y cautivos que acostumbraban a pagar a los reyes de Castilla.

Su llegada a Granada aunque esperada, levantó gran curiosidad y expectación entre sus habitantes del reino. Fue recibida la embajada en la sala más suntuosa y decorada de la Alhambra, el salón de los embajadores. Allí ante el mismísimo Muley Alhacén al cual acompañaban sus más altos representantes del reino nazarí, Juan de Vera expuso las exigencias de los reyes.

Salón de los Embajadores (F. Junta Andalucía)

Al concluir el extremeño su exposición, el emir Muley Alhacén airado ante aquellas palabras, respondió con arrogancia y desprecio:

“Id, y decid a vuestros soberanos, que ya murieron los reyes de Granada que pagaban tributo a los cristianos, y que Granada no se labra ya oro para las parias, sino alfanjes e hierros de lanza contra nuestros enemigos.” 

Con aquellas palabras aun retumbando en los oídos del comendador, partió de nuevo la embajada de regreso a Sevilla. Cuando llegaron, Juan de Vera se presentó de inmediato ante los reyes con la respuesta del emir.

Con indignación escucharon los reyes aquella negativa del rey nazarí a pagar las parias, pero aun así aceptaron con sumisión la tregua, pues debían centrar todos sus recursos y tropas en la guerra que mantenían con Portugal, y añadir un nuevo enemigo al campo de batalla traería grandes pérdidas y mortandad a una Castilla en guerra civil.

La decisión no sentó nada bien al rey don Fernando que ante aquella afrenta exclamó con gran ira: “Yo arrancaré los granos a esa Granada uno a uno.”

A lo que Isabel le respondió templándo sus ánimos: “Tiempo mejores habrá Fernando para la venganza.”

Los Reyes Católicos, Isabel y Fernando. (F.I.)

Tan solo un año más duraría la guerra con Portugal, pues la superioridad militar de los Reyes Católicos acabaría derrotando al rey Alfonso V. La batalla definitiva se libró a orillas del rio Albuera (Badajoz) donde el Maestre de la Orden de Santiago, Alonso de Cárdenas, vencía a las tropas portuguesas mandadas por el obispo de Évora, García de Meneses que capitularían en el Tratado de Alcáçovas, en el cual se firmaba la paz entre ambas naciones, exigiendo además la reina Isabel la renuncia de Juana al matrimonio con Alfonso y su ingreso como monja en el convento de Santa Clara de Coímbra.

En el año 1480, terminada la guerra civil castellana y asentada la reina Isabel I en el trono de Castilla, comienza a fraguarse la idea definitiva de los Reyes Católicos de reinar en una España unificada y cristiana, pero para ello aún quedaba por conquistar un último bastión del Islam, Granada.

Batalla de Toro entre Castellanos y Portugueses 1476 (F.I.)

Reinician entonces la guerra contra el Reino Nazarí, guerra de desgaste que concluiría en el año 1492. En ella los Reyes Católicos van utilizar en su beneficio las luchas intestinas en que se hallaba inmerso el reino de Granada por la sucesión; el apoyo de los abencerrajes, uno de los linajes nazarí más ilustres, influyentes y valerosos, que en sus continuas luchas e intrigas por acceder al poder desestabilizaron y debilitaron el reino; y también los Reyes Católicos van a contribuir a esa desestabilización proporcionando ayuda a los distintos soberanos nazaríes, unas veces a el emir Muley Hacen (Abú I-Hasan) y su hermano El Zagal (El Valiente) y otras al hijo de Muley Hacen, el emir Muhammad XII, más conocido como Boabdil, el más beneficiado y perjudicado al final.

Reino de Granada en el siglo XV (F.I.)

            En una de esas continuas luchas por el poder batallaban las tropas de Boabdil contra las de su tío El Zagal, y hallándose este último acorralado y en desventaja en la Alhambra, pidió auxilio en la frontera cristiana a don Fradrique de Toledo, al que propuso una alianza con Castilla más ventajosa que la que habían pactado con Boabdil. Don Fradrique que tenía órdenes del rey don Fernando de sembrar la discordia entre los soberanos nazaríes, mandó a negociar con El Zagal de nuevo al extremeño Juan de Vera, que había estado sirviendo valerosamente en la guerra contra Portugal.

El Zagal con sus trofeos de guerra. (F.I.)

            Volvió a entrar por la puerta de Elvira de Granada el noble y devoto caballero cristiano. Su porte formidable de brillante armadura, hábito de Santiago y espada bastarda en cinturón de doble vuelta, montando en un caballo negro azabache, levantaba el recelo entre los habitantes en una ciudad en continuas guerras. Conducido por la guardia palatina a la Alhambra es recibido con honores por El Zagal y agasajado espléndidamente como a un rey. 

Aquel suntuoso trato a un cristiano en tiempos de guerra contra el reino de Castilla no sentó nada bien a algunos fanáticos soldados nazaríes, que fuera de la vista de El Zagal increpaban y provocaban por palabras y hechos al embajador extremeño, que siendo un invitado calmaba su fogosidad bélica y sus impulsos de respuesta.

Murallas de Granada en 1707. Grabado Peter Vander AA

Andaba paseando Juan de Vera por los jardines, cuando se le acercaron unos soldados de palacio, uno de ellos empezó a maldecir y blasfemar sobre Jesucristo y su madre María, entre aquellas palabras despotricaba entre risas sobre la supuesta virginidad de María.

“Mira que venerar los cristianos a esa tal María… que fue engendrada por una paloma…y que dicen que es virgen después de haber parido…ja jajá.”

“Ja jajá”- Reían también el resto de los soldados.-

El devoto caballero cristiano al escuchar aquellas blasfemias, aquel ultraje a su fe, no se pudo contener más e increpó al soldado exigiéndole que se retractara y pidiera perdón por sus palabras.

“Tus palabras ofenden mi fe, y te pido de buena voluntad como invitado de tu emir que soy, que te retracte de ellas y pidas perdón a mi Dios, o acates las consecuencias de tus ofensas.” –Exhortó Juan de Vera.-

A lo que el envalentonado nazarí mirando a sus compañeros respondió: “Perro cristiano, oblígame si puedes.”

Aquella respuesta desencadenó la ira y fervor del extremeño que desenvainando su espada de mano y media partió en dos de un solo tajo la cabeza del provocativo e insolente soldado.

 La sangre salpicó a todos a los que allí se hallaban, los soldados que le acompañaban aterrorizados ante aquella escena dantesca a la vez que desenvainaban sus espadas gritaban ímpetu: “Guardias, guardias.”

Las irrespetuosas palabras de un soldado habían derivado en un combate desigual en los majestuosos jardines de la Alhambra. El resplandor de los alfanjes se mezclaba con el rugir del choque de los aceros y los gritos de los soldados nazaríes implorando al profeta. “Guardias, por Alá…”

Palacio de la Torre de las Damas (F. Junta Andalucía)

El valiente caballero extremeño se defendía con el ardor de su fe y su bravura de las cada vez más espadas nazaríes que se dirigían hacia su pecho. El altercado llegó a oídos de El Zagal que raudo se presentó en los jardines a restablecer el orden y abriéndose paso entre sus soldados llegó a donde se batía aun con gran entereza Juan de Vera.

“Guardias, por Alá os ordeno que paréis de luchar –gritó exaltado a sus soldados- este caballero cristiano es mi huésped y como tal se le debe tratar. Cesad de inmediato.”

Todos pararon. “Por favor, Juan- dijo El Zagal acercándose a él- guardad vuestra espada.”

Y así lo hizo el cristiano, y tras aclarar los hechos allí acaecidos, mandó El Zagal castigar con azotes y cárcel a los soldados aún vivos que habían provocado la trifulca.

Soldado nazarí,de Felipe Bigarny (Capilla Real, Granada)

Pero aquellos hechos no tardaron en difundirse por toda la ciudad, un cristiano había derramado sangre nazarí en el recinto sagrado de la Alhambra, incluso creían que era un infiltrado, la cabeza de punta de una ejército para tomar el alcázar desde dentro, el populacho se alzó en armas ante tales acontecimientos. El Zagal teniendo por la seguridad de su invitado, se apresuró a ponerle a salvo, le proporcionó ropajes nazaríes para pasar desapercibido y le entregó uno de sus caballos más veloces para poder huir de Granada.

“Huye cristiano y no olvides decirle a tu señor, que ha sido El Zagal quien te ha salvado, que Alá te proteja.”

Partió de inmediato el extremeño atravesando no sin dificultad la turba de gente, y corriendo a toda brida ganó el campo de batalla reuniéndose de nuevo con don Fadrique, al que ya sosegado le contó su aventura en tierras de Granada. Don Fadrique de Toledo escribió una carta al Zagal agradeciéndole su generoso comportamiento con don Juan de Vera.

Informada la reina doña Isabel del arrojo y de los peligros que le habían acaecido al extremeño en defensa de la fe cristiana, amiga de premiar siempre las acciones heroicas de sus caballeros, le hizo merced de trescientos mil maravedís.

La rendición de Granada de F. Pradilla

            En enero de 1492, tras de diez años de guerra por el reino de Granada, mientras en lo más alto de la torre de la Vela en la Alhambra ondeaba la enseña de Castilla, a las puertas de Granada su último emir Boabdil el Chico, hacia entrega de las llaves de la ciudad a los Reyes Católicos, doña Isabel y don Fernando, poniendo fin al dominio musulmán en España iniciado en el año 711.

            Mas leyendas son, así te las he contado. Gracias y hasta la próxima.


            Escrito por: Jesús Sierra Bolaños
            Fuentes Consultadas:
            -“Crónica de los muy altos y esclarecidos Reyes Católicos 
             Don Fernando y Doña Isabel.” Fernando del Pulgar.
-“Crónica de la Conquista de Granada.” Washington 
  Irving
            -“Historia general de España. Tomo VI” Modesto 
              Lafuente
-“En la frontera de Granada.” Juan de Mata Carriazo.
-“Nobiliario de Extremadura Vol. VIII.” Adolfo Barredo 
  de Valenzuela y Ampelio Alonso-Cadenas López.
-“Nobiliario de los reinos y señoríos de España.” Francisco 
  Piferre

-“La casa de Ovando.” José Miguel de Mayoralgo y Lodo

sábado, 8 de noviembre de 2014

La anecdota de como la Villa de Cáceres se convirtió en la Ciudad de Cáceres.


Este hecho esta unido a la llegada del tren a la villa de Cáceres, a Segismundo Moret, al alcalde Lesmes Valhondo y al rey de España Alfonso XII.

Inauguracion del tren Madrid Grabado de1881 (F.I.)

        Nos remontamos al siglo XIX, al año 1848, cuando comienza a circular con el trayecto Barcelona-Mataró, el primer tren en la península ibérica, pues la primera vía férrea española que se construyó fue en Cuba en el 1837, que por aquel entonces aún era colonia española, y unía La Habana con Güines. Desde aquel año comienza la expansión del ferrocarril por toda España, propiciando el crecimiento y la prosperidad en aquellos lugares donde llegaba.

         En 1852, los diputados por Cáceres D. Carlos Godínez de Paz y D. Antonio Concha, solicitan a la Cortes españolas la construcción de una vía férrea que una Madrid-Lisboa y que en su recorrido haga escala en Cáceres, para poder abaratar y exportar rápidamente los granos y futas cacereñas, trayendo la prosperidad a la provincia. Pero esta petición se va a encontrar con la firme e incansable oposición de los diputados pacenses D. Vicente Barrantes y D. Juan Gómez, que se obstinaban que la línea debía ser Madrid-Badajoz-Lisboa, y para ello utilizaron todas sus influencias políticas para que así fuera, aunque que en la línea que pasaba por Cáceres se ahorrasen 240 km de construcción de vía férrea.


        Esta intransigente oposición de los diputados pacense continuó en los años siguientes y no será hasta el descubrimiento de las minas de fosfatos de Cáceres en 1864, y la posterior compra de la explotación en 1876 por Segismundo Moret (abogado y político liberal) cuando por las influencias de este en las Cortes; había sido ministro de Ultramar en el gabinete del general Prim y de Hacienda con Amadeo I; propicien la llegada del tren a Cáceres en el año 1881, y con ello el desarrollo de la industria minera de fosfatos en Cáceres.

La inauguración oficial de la vía férrea Madrid-Cáceres-Lisboa fue el 8 de octubre de 1881 a cargo de los reyes de España y Portugal, Alfonso XII y Luis I. El punto de encuentro para ambos monarca se fijó en Valencia de Alcántara, de donde tras conversar y desayunar conjuntamente en unas tiendas que se habían instalado para la ocasión, presenciaron la bendición de la locomotora por parte del Obispo de Plasencia. Y tras la ceremonia, a las 11 de la mañana el tren con la comitiva real partía hacia la villa de Cáceres.

Alfonso XII de España                       Luis I de Portugal     

Aquel día amaneció frio y lluvioso en Cáceres, desmereciendo las guirnaldas y banderas que adornaban las calles, casas y el engalanado ayuntamiento de la villa.

Ante aquella visita real, la población de Cáceres se había duplicado. Una marabunta inundaba las calles y las plazas. Gente de aquí y de allá, viajeros y villanos, señores y campesinos, religiosos y soldados, incluso había representación de 170 pueblos de la provincia, y todos esperaban con alegría y expectación a los reyes.

Al mediodía, una salva de honor de la artillería real anunciaba la llegada del tren a la estación. Cuando la locomotora se detuvo en el andén, del vagón habilitado para aquella ocasión especial, se apearon los monarcas al son de los himnos nacionales que interpretaron las bandas de música de los regimientos de Granada y Mallorca. El tren Lisboa-Madrid quedaba inaugurado ante la algarabía y los aplausos de la multitud allí reunida.

Xilografía de la visita real a Cáceres

La comisión de festejo del ayuntamiento había preparado una serie de actos para amenizar las visitas reales, una misa conmemorativa como era costumbre, festejo taurino, iluminación nocturna especial de las calles, cena de gala y fuegos artificiales.

Tras ser recibidos por las autoridades locales al frente de la cual estaba el alcalde de Cáceres Lesmes Valhondo, junto a personajes destacados como Segismundo Moret o el obispo de Coria, el cortejo real, partió de la estación hacia la iglesia de Santa María donde se oficiaría la misa. A su paso por las calles engalanadas, a pesar de la insistente lluvia, la gente se agolpaba y vitoreaba vivas a los reyes, sobre todo al joven rey español. Los reyes en coche de caballo iban saludando a todos. Pasaron por los arcos floridos de triunfos que el ayuntamiento y la diputación habían levantado en el parador del Carmen y en la calle San Antón.

A las tres y media  de la tarde, hora de la corrida de toros, la lluvia aun caía incesantemente, más el monarca decidió asistir. La plaza de toros estaba a rebosar de público. La corrida comenzó bajo un diluvio, tanto que los toreros Frascuelo y Ángel Pastor tuvieron que descalzarse en la arena embarrada para poder torear. En el cuarto toro, ante tan deslucida corrida por el aguacero, el rey tuvo que suspender la corrida y regresar la comitiva al ayuntamiento.

Ayuntamiento de Cáceres en el s.XIX (F.I.) 

          Al caer la noche para agasajar a los reyes se celebró una gran cena de gala en el salón de actos de la Diputación Provincial, donde acudieron las más altas instancia de la política y de la sociedad de cacereña.

Terminado el banquete, el rey Alfonso XII alzó su copa para hacer el brindis final y exclamó:

“Brindo por la ciudad de Cáceres…”

Al oír estas palabras el alcalde Lesmes Valhondo se sorprendió, pero como experimentado político y hábil en estas lindes, al terminar el rey su brindis, y antes que el eco de aquellas palabras se perdiera, se levantó raudo a recoger el brindis diciendo:

“Majestad, en nombre de la hasta ahora villa de Cáceres, os agradezco profundamente el honroso título de ciudad que acabáis de otorgarle.”

El asombro del rey fue considerable, pues sin quererlo la había elevado Cáceres a la categoría de ciudad, mas como bien decía Francisco de Quevedo, “De ninguna, manera conviene que el rey yerre; más si ha de errar, menos escándalo hace que yerre por su parecer que por el de otro.” Y en vez de retractarse el rey se ratificó en sus palabras.

Finalizada la cena, los reyes se dirigieron de nuevo hacia la estación por unas calles espectacularmente iluminadas para su visita, y aun atestadas de gente que aclamaban a los soberanos. A las 11 de la noche, el rey Luis I partía de nuevo en ferrocarril hacia Portugal. Don Alfonso XII de España, iba a pernoctar esa noche en Cáceres. 

Antigua estación de trenes de Cáceres.  (F.I)

          Pero como en Cáceres no había hoteles de categoría para alojar al monarca, los dirigentes municipales le habían habilitado una de las estancias del ayuntamiento como alcoba real, adornándola con alfombras, cortinas, cama, mesillas, armarios y todos los útiles necesarios que necesitara el monarca para tal menester, hasta el propio rey se trajo algún mobiliario de la corte que después donó a la ciudad, como cuatro grandes lámparas de araña, una mesa despacho y un famoso recipiente de porcelana con dos asas y tapa, que años después se utilizaría como sopera y florero y que en realidad era una bica u orinal real.

Aquella noche el rey asistió a tres bailes organizados en su honor, al del Círculo de Artesanos, lugar de reunión de la clase baja cacereña; al del Circulo de la Unión de la clase media, como industriales y mercaderes; y al del Casino de la Concordia donde alternaba la aristocracia. A la mañana siguiente, domingo, tras escuchar misa en Santa María, y recorrer el recinto monumental y visitar en última estancia las minas cacereñas, el rey Alfonso XII partía en tren hacia Madrid.

Vistas de Cáceres en 1915 (F.I.)

Y así fue como por la equivocación de un rey nuevo en el oficio, tenía entonces 24 años, y la veteranía de un avispado alcalde, la villa de Cáceres se convirtió en la ciudad de Cáceres el 8 de octubre de 1881.

Gracias, y hasta la próxima.


Escrito por: Jesús Sierra Bolaños

Fuentes consultadas:
-“Revista de Extremadura nº 7.” Miguel Muñoz de 
  San Pedro
-“Revista de Extremadura nº 8.” Currio O´xillo
-“Recuerdos cacereños del siglo XIX.” Publio Hurtado

sábado, 25 de octubre de 2014

La leyenda de los escudos de la Casa del Sol.

Los palacios y casas señoriales del casco antiguo de Cáceres han sufrido a lo largo de los siglos desde sus orígenes numerosas reformas, ampliaciones y modificaciones, que han escondido tras sus paredes historias y leyendas. Esta es una de ellas.

Casa del Sol, Cáceres (Foto:Sergio Ciriero)
   
         Corría el siglo XVI cuando el maestro de obras Pedro Gómez daba por finalizada la reforma de la casa que la familia Solís le había encargado. Situada en el barrio alto de la villa de Cáceres, cerca de la iglesia de San Mateo, habían pasado varios años desde que le fue adjudicada la obra y recibido el primer pago. Ahora, tras darla por buena y finalizada por el maestro inspector y efectuar el secretario el cuarto y último pago. Contemplando el maestro y los contratantes aquella fachada cuadrangular granítica, con arco de medio punto con pequeñas dovelas en su entrada principal enmarcada sobre un alfiz, sobre el cual destacaba un matacán semicilíndrico con aspilleras rematadas en cruz sujeto por tres ménsulas y custodiado por dos ventanas de medio punto; la portada les parecía demasiado austera, allí faltaba algo que destacara la nobleza y la fortuna de los Solís, necesitaba una mejora.

            Aconsejado por el maestro de obras, Francisco de Solís envió  misiva a un reputado cantero, cuyo trabajado era reconocido por tierras leonesas, requiriendo su presencia para que le esculpiera el escudo familiar que coronaría aquella majestuosa fachada.

Casi al mes de haber recibido la carta, por la serranía cacereña transitaba una carreta tirada por dos caballos, en ella, junto a sus herramientas de trabajo, viajaban el maestro cantero y dos de sus hijos varones. El camino era largo y en aquella incomoda carreta se hacía muy pesado. Viajaban de día y descansaban al caer la noche, bien en ventas cuando había suerte y el precio lo permitía o en el campo cuando no. Aquel día era uno de eso, la noche les había acontecido en mitad de la nada, y decidieron acampar a un lado del camino, entre encinas y jaras. Andaban todos reunidos a la luz de la fogata, degustando un cuenco de puchero que Rodrigo, el menor de los hijos de Alonso el maestro cantero había preparado, cuando escucharon el sonido de unos casco y el pifiar de un caballo.

Tierras de Extremadura  (Foto: Virtor Marroyo)

Alejándose del camino, en aquella oscuridad, un hombre con sombrero de ala ancha, capa al vuelo y fuertemente armado se acercó hacia ellos:

“Buenas noches tenga vuestras mercedes.-Dijo apeándose del caballo- En paz vengo y me vendría bien calentar mis huesos de este frio de la noche y por supuesto mi estómago, porque si bien huele mejor tiene que saber ese caldero.”

“Acercaos pues al fuego- respondió el maestro- y presentaros.”

“Martín de Bolaños, antiguo veterano de los tercios de su majestad, a vuestro servicio.”

“Yo soy Alonso, y estos son mis dos hijos, Alonso el mayor, -dijo señalando a un joven de tez morena y barba sentado a sus diestra- y aquel, volvió a señalar a un joven más bien flaco pero hermoso a la vista-  que os está echando un cuenco de puchero, es nuestro cocinillas Rodrigo, jeje- siguió entre risas-  mi hijo el pequeño. Somos canteros y nos dirigimos a la villa de Cáceres.”

“Suerte la mía,- respondió el veterano soldado- de tierra de Plasencia vengo y a la villa de Cáceres también me dirijo. ¿Les importa si les acompaño en el camino?”

“Al contrario, estaríamos agradecidos por su compañía y escolta por estos inesperados caminos. Sentaos al fuego Martín, y descansad con nosotros.”

Tras degustar el reconfortante puchero, a la luz de la hoguera todos escucharon con admiración las historias de arcabuces y picas de la mejor infantería del mundo, como decía Martín de Bolaños comparándola con las grandes legiones romanas. Larga fue aquella noche de charla, hasta que el cansancio hizo mella en los canteros que agotados se fueron a dormir bajo el cielo estrellado.

Vistas de Cáceres.
           
            A la mañana siguiente al despuntar el alba, tras desayunar las sobras de puchero de la noche anterior junto a un trozo de pan duro, y recoger sus pertenencias, continuaron rumbo a la villa por los caminos de herraduras de la Extremadura. Tras tres días de alegre y mutua compañía, amenizada las noches con las historias de batallas y de bellas mujeres de Martín, las jornadas se les habían hecho cortas. El último día, a las primeras horas de la mañana divisaron las inmensas murallas de Cáceres.

Ya las afuera de la villa, en la explanada junto a la que llamaban puerta Nueva, se veía el trasiego y el que hacer del día a día de la ciudad, campesinos, comerciantes, artesanos y villanos entraban y salían, era día de mercado. Arrearon los canteros los caballos y continuaron hacia el recinto amurallado. Al atravesar la puerta se santiguaron antes el lienzo de la Virgen que custodiaba dicha puerta:

“Te damos gracias Madre de Dios por protegernos por estos caminos, de la Extremadura.” - Y depositaron unas monedas en un receptáculo de piedra para tal menester. 

Tras ellos iba el veterano soldado, el cual no pasaba inadvertido entre los oriundos de la villa, murmullos y miradas se cruzaban a su paso.

Continuaron los foráneos por una de las calle hasta que llegaron a la plaza de Santa María donde entre el tumultuoso ajetreo del mercado se despidieron del veterano soldado:

“Martin, que la suerte te acompañe en esta villa, ha sido un placer compartir el viaje contigo.”- Dijo el maestro.-

“Gracias también a vosotros por vuestra hospitalidad y generosidad, nos veremos por las calles o en las tabernas.”  -Y tras soltar una sonora carcajada, y despedirse tocando sutilmente el ala de su sombrero se alejó entre los transeúntes.-

Había en la plaza de Santa María una gran multitud por ser día de mercado, vendedores de verduras, quesos, miel, leche, gallinas, corderos, conejos y pescados de ríos se apostaban en sus alrededores, también algunos artesanos de aperos agrícolas y utensilios de cocina. En la puerta de la iglesia del mismo nombre y cerca del convento adyacente de las monjas de la congragación de Santa María de Jesús, algunos mendigos sopistas, ciegos, tuertos o mutilados competía por las limosnas del día, mientras un juglar amenizaba la mañana recitando dulces melodías acompañado de su vihuela.

Puerta Nueva de Cáceres.

            Al cabo de media hora de callejear en busca de posada y de preguntar a los lugareños, dieron los canteros con una posada que cumplía con sus requisitos para alojarse, en realidad sólo era uno, que la habitación compartida para los tres estuviera libre de pulgas.

La modesta posada estaba situada en la plazuela del potro, a las afuera de la muralla saliendo por la puerta de Mérida, de ahí su nombre “Posada de La Puerta de Mérida”. Regentada por un tal Severino, hombre malhumorado y grotesco en formas y su esposa Lucrecia, mujer entrada en carnes y mucho más joven que él, la posada estaba atestada de clientes de todo tipo y condición social, desde hijosdalgo, labriegos o artesanos a viajantes y comerciantes forasteros. La posada tenía dos pisos, donde las habitaciones estaban en la parte superior y la taberna abajo, aparte de una cuadra donde guardaban los caballos y los burros entre gallinas, alguna vaca y algunos puercos. Tras discutir el precio de la habitación con el posadero, que a regañadientes cedió en bajar hasta dos cuartos por persona y día, descargar sus enseres, herramientas, y depositar el carro y los caballos en el establo, donde además contrataron los servicios de un desdentado y flacucho muchacho llamado Juan, para su vigile y cuidado, se dirigieron a visitar la casa de los Solís.


Las campanadas de la iglesia cercana habían dado ya las 10 de la mañana, cuando salieron. Anduvieron un buen rato por las calles de la villa admirando las casas y palacios hasta que llegaron a la casa de los Solís.

Calle de la Puerta de Mérida, Cáceres

           Cuando contemplaron la obra del maestro Pedro Gómez, las musas creativas revolotearon al maestro Alonso, en su cabeza ya tenía diseñado y esculpido el escudo que en seguida plasmaría sobre las hojas de un cuaderno.

“Rápido Rodrigo dame lápiz y papel –dijo- ya lo tengo, va a ser un escudo majestuoso,  vivo, acorde con la obra.”

Rodrigo sacó de su bolsa de cuero que llevaba al hombro un cuaderno y un lapicero que le entregó.

“Tome padre.”

Apoyó el cuaderno el maestro sobre la espalda de su otro hijo Alonso, y comenzó a dibujar el escudo. Al cabo de tres cuartos de hora el boceto preliminar estaba acabado.

Llamaron entonces a las puertas de la casa, al rato una mujer de mediana edad les abrió.
“¿Que desean los señores? –Preguntó-

“Soy el maestro Alonso, cantero y venimos de tierras leonesas llamados por tu señor”- le respondió entregándole la carta que habían recibido.-

“Pasen –dijo cogiendo la carta y acompañándoles hacia el patio- esperen aquí les anunciaré.”

Al rato llegó el secretario de la familia. “Buenas tardes señores, síganme, mi señor les espera en su despacho.”

Plaza de Santa María de Cáceres.


  La habitación era amplia con una chimenea en el fondo, y lujosamente adornada con cuadros, tapices, cortinas y alfombras; el mobiliario estaba compuesto por una escribanía, un bargueño, varias sillas y un gran arcón acorazado con doble cerradura. Encontraron al noble Francisco de Solís mirando por una de las ventanas.

“Buenas tardes tengan noble señor, –hablo el maestro cantero presentándose y haciendo una pequeña reverencia con la cabeza- soy el maestro Alonso y estos son mis hijos, Alonso, el mayor y Rodrigo.”

“Venís muy bien recomendados, espero que vuestro trabajo sea igual de bueno.” – Dijo el noble.-

“Quedaréis complacido con mi trabajo mi señor”- Respondió Alonso y procedió a mostrarles sus bocetos.-

Al ver los dibujos, el noble quedó tan maravillado que dio inmediatamente órdenes a su secretario para que formalizara el contrato y comenzaran cuanto antes las obras.

Además de sus honorarios habituales, el cantero solicitó que las piedras fueran de gran calidad, maderas para el andamiaje de la obra y alguna ayuda de mano de obra local. Y así quedó estipulado y firmado. El secretario les dio entonces el primero de los pagos,  y se retiraron con la bolsa a la posada para planificar y comenzar a la mañana siguiente con el encargo.

Calle del Arco de la Estrella, Cáceres.

             Y así fue, temprano comenzó el día siguiente para los canteros, madrugadores y trabajadores, pero no para todos, faltaba Rodrigo que según le había contado Alonso a su padre, Rodrigo en mitad de la noche se había despertado sin sueño e incapaz de pegar ojo, había bajado a la taberna a airearse un poco, y aun no había vuelto. Bajaron las escaleras y le preguntaron a Severino por el muchacho:

“Buenos días. ¿Por casualidad no habrá visto a mi hijo Rodrigo?”

“No desde anoche, que en aquella mesa anduvo bebiendo con un forastero, hasta que ya entrada la noche y después de muchos vinos, se fueron juntos de farra.” –Respondió el posadero.-

“¿Y cómo era ese forastero? Si no es mucha indiscreción.” – Volvió a preguntar el cantero preocupado.-

“Pues según oía que contaba y presumía en sus historias- en ese momento el malhumorado posadero se giró y gritó- ¡Lucrecia déjate ya de cháchara y ponte a servir allí más vino!- y continuo diciendo- como le he dicho era un veterano de los tercios de su majestad.”

“Padre, podría ser Martín de Bolaños, estoy seguro que Rodrigo se topó con el.- Dijo sobresaltado el joven Alonso.- No debemos preocuparnos por Rodrigo, él le protegerá, padre.”

“Eso espero Alonso, pero mejor que no se metan en líos algunos, por su bien y el nuestro.-Respondió el padre- Bueno pues vayámonos nosotros que el trabajo nos aguarda y tenemos mucho por esculpir. Y ojalá, que aparezca pronto tu hermano” –Se dirigieron hacia los establos, cargaron sus herramientas en el carro, engancharon los caballos y tras darle una moneda al joven desdentado, partieron hacia la casa de los Solís.- 

Cuando llegaron una cuadrilla de diez sirvientes del señor les estaban esperando, junto a maderas y otros materiales de construcción.  Uno de ellos se les acercó:

“Maestro Alonso, soy Pedro y estamos a su servicio.- Le dijo- Un carro le espera para llevarle a la cantera de la Zafrilla, a unos leguas de aquí.”

“Gracias, Pedro. Alonso-llamó a su hijo- hazte cargo de todo en mi ausencia”

“Así lo haré padre, id con Dios”

Vista de la Casa del Sol, Cáceres

             Tras la marcha del maestro, en seguida se pusieron a trabajar montando los andamiajes y preparado las herramientas, bajos las ordenes y la supervisión de Alonso hijo.

Mientras el padre estaba ausente, apareció en la obra el joven Rodrigo, su aspecto era lamentable, desaliñado y con cara de no haber dormido en toda la noche.

“Donde estuviste, tienes a padre preocupado.”-Le dijo Alonso recriminándole su aspecto-

“Estuve con Martín de Bolaños, conociendo las gentes y la cultura local”-Respondió entre chanzas-

Al acercarse Alonso se percató del mal estado en que venía su hermano.

 “Maldita sea, apestas a vino. ¿No andarás metido en líos? –Decía mientras cogía un cubo de agua cercano y se lo echaba por encima de la cabeza de su hermano.- Lávate que no te vea padre en ese estado, y ponte a trabajar que es a lo que hemos venido aquí.”

Ya salió el santurrón que llevas dentro, siempre sermoneando y haciendo lo que dice padre, lo que hace padre… blablablá "–Le reprochó mientras se quitaba la camisa y volvía a meter la cabeza en una barraca de agua.- "Harto estoy de vosotros"- Se secó el torso con un paño, cogió un madero, y se puso a trabajar con los demás jornaleros.-

Cuatro horas después volvió el maestro Alonso con las piedras de la cantera de la “Zafrilla”, al ver a su hijo pequeño trabajando se alegró que estuviera allí y nada le preguntó, tampoco le contó Alonso hijo nada de cómo había llegado su hermano y continuaron con sus tareas, hasta el anochecer del día.

Casa del Sol, Cáceres

       Los dos días siguientes transcurriendo con tranquilidad para la familia de canteros, dedicaban sus horas al trabajo y al descanso en la posada, todo según lo previsto. El trabajo del maestro cantero era excepcional, el escudo iba apareciendo en la piedra, como si hubiera estado ahí siempre, y ahora le diera vida con sus manos.

Pero tras la tercera noche todo cambió, el joven Rodrigo era demasiado inquieto, aprovechaba cuando todos dormían para en sigilo abandonar la habitación y no volver hasta el alba, antes de que se levantaran. 

Su hermano empezó a sospechar de él, algo no andaba bien, su rendimiento en la obra no era el mismo, se escabullía de las tareas, no rendía bien, siempre cansado y su carácter comenzó a cambiar. Pero no quería preocupar a su padre. Una noche Alonso se acostó como siempre, pero esa noche no durmió, se hizo el dormido. Y a mitad de la noche vio cómo su hermano en silencio se levantaba, cogía la ropa, los zapatos y algo envuelto en una tela negra de uno de los arcones y dejaba la habitación.

Se asomó por la ventana, en la puerta de la posada dos hombres con capas y espadas encinto esperaban con teas encendidas en una mano, Rodrigo se unió a ellos y juntos desaparecieron en la noche cacereña. ¿Dónde iba? ¿Qué hacía? Se preguntaba el hermano. ¿Qué sería aquello que llevaba envuelto? Y ¿Quiénes eran aquellos hombres?

Nada pudo dormir Alonso aquella noche, y cuando casi al amanecer escuchó el crujir de la puerta, volvió a hacerse el dormido, y con los ojos medio cerrados observó cómo su hermano se quitaba la ropa, guardaba la tela negra y se metía como si nada en la cama.

Esa mañana actuó como siempre, nada dijo Alonso de lo que había visto la noche anterior, ni a Rodrigo ni a su padre. Se levantaron como de costumbre, se vistieron, pero Alonso fingió sentirse indispuesto.

“Padre hoy no me encuentro bien, creo que he cogido algo de frio anoche.”

“¿Quieres que mande llamar a un barbero para que te sangre? No vayan a ir esas fiebres a peor” – Le dijo el padre.-

“No se preocupe padre, es sólo mal cuerpo, descansando unas horas en cama me pasará.” –Respondió Alonso.-

“Bueno recupérate hijo, que falta nos haces. Rodrigo –gritó- vayámonos pues que se nos hace tarde.”

Vistas de Cáceres.

Cuando se fueron, Alonso se levantó de la cama, se asomó a la ventana y contemplo como su padre y su hermano se perdían entre las calles de la Villa. Aquella era su oportunidad, se acercó al arcón donde su hermano había escondido aquel trozo de tela negra, rebuscó entre la ropa, allí estaba bajo unas calzas. Lo cogió, aquello pesaba demasiado para ser un trozo de tela, lo desenvolvió con cuidado sobre el camastro, y cuando lo vio no daba crédito a sus ojos, aquella capa negra que era lo que en realidad era, escondía en su interior una daga, una pistola, y algunas joyas y anillos. Mil preguntas empezaron a rondar en su cabeza, ¿por qué tenía su hermano aquellas armas? ¿De dónde había sacado esas joyas? ¿Quiénes eran aquellos hombres con quienes se había reunido la noche anterior? ¿Y qué andaba metido su hermano pequeño?

Alonso no sabía qué hacer, ¿qué iba a pensar su padre ante aquel descubrimiento? ¿Qué explicaciones le daría su hermano? O como actuaría. El horror, la ira y la incertidumbre le atemorizaban, no le dejaba pensar, hasta que recordó algo, mejor a alguien que estaba versado en estos temas y le podía ayudar, Martín de Bolaños, tenía que encontrarle y explicarle la situación.

“El me ayudará.” – Se dijo para sí.-

Recogió las armas y las joyas, las envolvió de nuevo en la capa negra y la depositó donde la había encontrado. Se vistió, abrió la puerta de habitación y bajo las escaleras. Como siempre la taberna estaba ya en pleno funcionamiento, el olor del puchero de Lucrecia se mezclaba con el olor a chorizos, quesos rancios y a vino. Alonso se acercó al posadero Severino que andaba ya malhumorado.

"¿Sabes dónde puedo encontrar a un veterano soldado llamado Martín de Bolaños? Aquel qué estuvo una noche hablando con mi hermano."-Le preguntó.-

"¡Crees que soy la puta del pueblo! A otro con ese cuento. No me encargó yo de chismes alguno, ni me dedico a la información, bastante tengo conllevar mi negocio y no meter en líos."-Le respondió airadamente el posadero, cuando era interrumpido por un grito de Lucrecia.-

"Severinoooo! Más vino Severino. ¡Llena esa jarras que nuestros clientes tienen el gaznate seco!”

Y cogiendo un par de jarra que había sobre la barra, se alejó. Momento que aprovecho la voluptuosa joven para hablar con Alonso.

"Si queréis información -le susurro- preguntad a Juan, ese mocoso lo sabe todo por aquí y por unas monedas os vendería hasta su propia madre. Pero -continuo diciéndole mientras se le insinuaba  juntando sus pechos con sus manos- si necesitáis de esos servicios yo soy toda vuestra."

"Gracias-respondió el joven algo sonrojado- pero sólo necesito encontrar a alguien"- Y eludiendo su lasciva mirada se dirigió al establo. Allí estaba el desdentado y flacucho Juan dando de pastar a los caballos.

"¡Juan!" Grito el joven cantero.

"Sí señor, ¿necesitáis algo?”

"En realidad sí. -Le dijo mostrándole una moneda- Necesito que me encontréis a una persona en la villa, su nombre es Martín de Bolaños, y es un veterano soldado de guerra."

"Eso no será tarea fácil señor, además tengo otros quehaceres, como cuidar de los caballos."

"Y no podrían esperar, tendrás otra como esta- volvió a mostrarle la moneda- cuando encuentres al soldado."

"Hecho,- cogió la moneda y salió a la carrera mientras vociferaba -volveré en una hora, señor." Para lo flaco y canijo que era el desdentado Juan corría igual que un galgo.

Fallido escudo reutilizado como sillar.

Mientras tanto en la reforma del palacio de los Solís el maestro cantero había terminado de colocar en la fachada, el timbre que coronaría el escudo. El yelmo tallado de frente, con casco, visera levantada, babera y superado de airones, lucia majestuosamente.

Alonso esperaba sentado en una de las mesas de la taberna “Puerta de Mérida”, esquivando las continuas insinuaciones de la posadera, y las miradas inquisitivas de su marido, cuando vio aparecer por la puerta a Juan, lo llamo y se le acercó.

"Señor, el soldado que buscáis, se halla ahora dentro de la villa, en la taberna el Caldero.”

"Toma te la has ganado -dándole la moneda- y esto queda entre tú y yo, no les cuente nada a nadie, incluidos mi padre y mi hermano. ¿Estamos?”

"Si, señor" -Y salió de nuevo a la carrera con la moneda.

Calle Manga, Cáceres.

Abandono Alonso la posada con dirección a la Taberna El caldero. Iba el cantero por las calles de la Villa intentado pasar desapercibido, más por temor que por ser reconocido, al cabo de unos minutos llego a la taberna. Era un lugar casi oscuro y mal ventilado, donde se reunían lo más bajo de la calaña de la villa. En unas de las mesa se hallaba sentado Martín de Bolaños junto a otro hombre, bebiendo vinos y contando con efusividad sus historias, como era su costumbre. Se acercó hacia él y una sonrisa iluminó la cara del veterano soldado.

"El joven Alonso, -dijo- ¿qué te trae por este antro?

“Martín –le dijo- creo que mi hermano Rodrigo anda metido en líos, y no sabía a quién recurrir, necesito tu ayuda.” –Y le contó toda la historia.-

“Te ayudaré Alonso, cuenta conmigo. Esta noche le seguiré y averiguaré en que anda metido, ese muchacho.”

Y dándole las gracias por su ayuda, Alonso volvió a la posada.

Cuando cayó la noche, los hechos se volvieron a suceder, Rodrigo se fugaba de la habitación a hurtadilla, y se reunía con los dos hombres, pero esta vez Alonso desde la ventana, observaba como Martín les seguía entre la oscuridad.

Había pasado una semana desde que Alonso se reunió con Martín y aun no tenía noticias, aunque las salidas de Rodrigo habían continuado sucediendo cada noche.

Por las mañanas el trabajo de la reforma ocupaba la mayor parte de sus horas. Los canteros habían terminado ya el escudo principal de la fachada. El escudo parlante (aquel que incorpora piezas o muebles que representan directamente al titular del escudo) era de gran realismo, tanto que los mismo ayudante estaban impresionados con la obra, en campo de gules (rojo) un gran sol de oro sonriente y destellante era mordido por ocho dragantes de sinople (verde), pues en aquellos tiempos los escudos estaban pintados con sus colores.

Escudo principal de la fachada de la Casa del Sol (Foto:Sergio Ciriero)

“Padre os habéis superado con este escudo, ¡verdad Rodrigo!”- Le dijo Alonso mirando a su hermano, pero este no dijo nada.-

“No lo habría conseguido sin vuestra ayuda hijos míos seréis unos grandes maestros canteros, y ahora sigamos que aún nos queda trabajo.”

“Maravilloso escudo.”- Escucharon a sus espaldas, aquella voz les resultaba conocida.

“¡Martin amigo, como tú por aquí!”- Grito el maestro Alonso.

“Esta villa es pequeña maese Alonso, y tu fama grande, por esos es obligado venir a ver tu obra.”-Le dijo el veterano soldado.-

“Me halagas amigo, ven pongámonos al día.” –Y sentados en un banco estuvieron conversando alrededor de media hora.

“Bueno maese, pero debo dejaros, hay asuntos que me reclaman.”-Se despidió Martín, mientras se levantaba y dejaba caer intencionadamente uno de sus guantes debajo del banco y le hacia una seña a Alonso.-“Ha sido todo un placer veros.”- Y desapareció por una de las calles.-

“Padre,-dijo el joven Alonso- Martín se ha dejado olvidado el guante, voy corriendo a llevárselo, antes que se aleje.”

“Vale hijo, pero no tardes.”

Salió corriendo tras él, y dos calles más adelante lo hallo apoyado en una pared.

“¿Que habéis averiguado?-Preguntó impaciente Alonso, entregándole el guante.-

 “Vuestro hermano Rodrigo llevaba una doble vida por la mañana con vosotros es cantero y por la noche es otra persona distinta, se junta con la calaña más baja de esta villa, borrachos, maleantes, tahúres, rameras y todo aquel que se ocultara en la oscuridad de una taberna. Se pasa las noches jugando a naipes, dados y bebiendo vino, ha contraído deudas por ello. Vuestro hermano va acabar mal.”-Le explicó.-

“¿Qué puedo hacer, Martín?”

”Debéis contárselo a vuestro padre y hablar los dos con él. Debe saldar sus deudas y abandonar la villa o acabará muerto. Yo haré todo lo que pueda por ayudaros.” –Y despidiéndose se alejó de Alonso.-

Matacán de la Casa del Sol (Foto:Sergio Ciriero)

Volvió Alonso al trabajo. Preocupado y pensando cómo afrontar aquello terminó la jornada. Cuando llegaron a la posada, mandó a su hermano Rodrigo a recoger los caballos momento que aprovechó en la habitación para contarle todo a su padre y mostrarle la pistola y la daga, pues las joyas ya habían desaparecido.

El padre quedó conmocionado ante aquello que le había contado, no daba crédito, aquel muchacho dulce y amable se había transformado en un rufián.

Entró Alonso en ese momento, y vio sus armas sobre el camastro. Miró a su padre a los ojos, y vio que estaba desolado, se sentía culpable. 

“¿Por qué hijo mío? ¿Por qué? ¿Es esto lo que yo te he enseñado? ¡En que te has convertido!”

“Lo sabemos todo -le recriminó su hermano- tus salidas nocturnas, tus juergas y tus deudas.”

“Recoge tus cosas y vete.”-Le dijo entre llantos el padre.-

“Padre, padre.”-Dijo Rodrigo.-

“No me llames mas así, ya no eres mi hijo. Vete”- Le respondió-

Y recogiendo sus armas abandonó la habitación.


Calles de Cáceres (Foto: Sergio Ciriero)

Pasaron unos días, y nada supieron de Rodrigo. En la obra, la alegría de antaño se había truncado en tristeza y mesura. El maestro Alonso era el que peor lo llevaba, su hijo intentaba alentarle y animarlo pero era inútil, se había encerrado en su mundo, un mundo que la culpabilidad le carcomía.

Una noche llamaron a la puerta, alarmados se despertaron los canteros, algo sucedía.
"¿Quien anda ahí?”- grito Alonso

"Abrid me, soy yo, Martín."

"¡Martín!” -Repitió extrañado el joven Alonso.-

"Rápido abre hijo." -Dijo el padre.-

Se acercó a la puerta quitó el pestiño y la abrió. Martín entró raudo, se le veía nervioso como nunca antes lo habían visto.

"Rodrigo está en problemas y lo andan buscando, necesita vuestra ayuda."

“Ya no es mi problema, ya no es mi hijo.” -Manifestó el padre con desidia.-

Pero padre, sigue siendo sangre de nuestra sangre. ¿Qué ha pasado Martín?"
 
"Andaba yo siguiéndole como de costumbre, cuando entraron en la taberna El Caldero, yo entre poco después y sin que me viera me senté en un rincón de la taberna. El y otro amigo suyo tahúr estuvieron jugando a dados con unos villanos hasta bien entrada la noche. Perdió mucho dinero, por ello lo echaron de la partida y se puso a beber. Al cabo de un rato entraron unos matones fuertemente armados, echaron una mirada a la taberna y cuando lo vieron se acercaron a él, según pude escuchar le reclamaban la parte de un botín de joyas y dineros producto de un robo de la noche anterior, le dieron como plazo hasta la mañana."

"Tengo algo de dinero, -le interrumpió Alonso mostrándole una saca de monedas- le podemos ayudar”.

"Es demasiado tarde- continuo hablando Martín- después de irse aquellos hombres, Rodrigo abandonó la taberna, fui tras el pero una calleja lo perdí, supuse que se había ido a dormir al refugio donde pernocta y decidí regresar a la taberna. Al rato los villanos con los que había estado jugando Rodrigo también se fueron de la taberna con las ganancias de Rodrigo. Poco tiempo después de salir uno de ellos volvió a entrar ensangrentado y gritando.”

“Socorro, ayuda lo han matado, lo han matado.”

Raudo salí a ver lo sucedido y me topé con un hombre yaciendo en un charco rojo, entonces vi una correr una sombra y fui tras ella, cuando le alcance me abalance sobre ella, era Rodrigo y llevaba en su mano una daga ensangrentada. Acababa de matar aquel hombre y robarle las joyas y los dineros.

"Tuve que hacerlo.“-Repetía una y otra vez tuve que hacerlo. De inmediato me lo lleve de aquel lugar y lo escondí en las obras del palacio.

“Debéis ayudarlo, o acabará en la horca.”

"Gracias Martín. Padre por favor debemos ayudarle.”-Suplicaba Alonso.-

 "Yo entretendré a los alguaciles entorpeciendo la investigación, mientras vosotros lo sacáis de la Villa.” -Y tras estas palabras se fue Martín.-

Calle de San Pablo, Cáceres.(Foto:Sergio Ciriero)

Estaba ya casi amaneciendo cuando engancharon los caballos a la carreta y se dirigieron a casa de los Solís. En la entrada de la puerta de Mérida se encontraron con guardias apostados.

“Guardias. ¿Ocurre algo?” -Pregunto el joven Alonso intentando disimular sus nervios.-

“Ha habido una asesinato, y tenemos orden de registrar a todo aquel que salga.” -Dijo uno de los guardias.-

“Y. ¿han cogido ya al asesino?”- Volvió a preguntar.-

“No, pero no podrá dejar la Villa sin ser visto. Es cuestión de tiempo que lo atraparemos. Continuad con vuestro camino.”

No habría manera de sacarlo de allí, estaban perdido. Cuando llegaron hallaron a Rodrigo escondido tras unas piedras, con las manos aun llenas de sangre y asustado.

“¡Que has hecho mal hijo, que has hecho, nos has deshonrado!”-Repetía una y otra vez el padre.-

 “Lo siento padre, lo siento.”-Dijo al verlo.-

 “¿Que vamos hacer Padre? Es imposible sacar a Rodrigo de la villa sin ser visto.”

“Tendremos que esconderlo aquí- respondió el padre- lo ocultaremos tras la pared lateral que estamos reformado, por un tiempo. Vamos no hay tiempo que perder antes de que vengan los trabajadores.”

Calleja lateral de la Casa del Sol.

Y así lo hicieron, lo ocultaron con agua y algo de comer, en el muro lateral de la casa que estaban reformando, tras una rejería en losange. Cuando llegaron los trabajadores ya estaba casi acabado.

“Buenos días.- Manifestó el joven Alonso- Nos hemos despertado temprano hoy, y hemos adelantado trabajo.”

El día en la obra transcurrió agitada por atroz crimen cometido, el trasiego de guardias era continuo. Los trabajadores estaban inquietos. El joven Alonso se mostraba afligido y nerviosos, sin embargo el padre no exteriorizaba sentimiento alguno.

Al caer la noche Alonso pidió a su padre ir a rescatar a Rodrigo, pero el padre le respondió que era demasiado pronto.

“Los guardias aún están vigilando las calles, mañana.”

El segundo y el tercer día Alonso seguía insistiendo a su padre, pero la respuesta era la misma.

“Aún es pronto, hay muchos guardias, mañana.

“Padre, morirá de hambre y sed“-Le suplicaba Alonso.-

Pero aquella petición era en vano, porque la intención del padre desde un principio era otra, no pensaba en la salvación de su hijo, pues para el su hijo ya estaba muerto, había muerto el mismo instante que descubrió sus mentiras y engaños, y más al descubrir que había robado y matado por ello. Su propósito siempre fue dejarlo morir a su suerte tras esos muros. No pasaría por la deshonra de ver morir a un hijo suyo en la horca, ese sería su castigo. Y así se lo hizo saber a su hijo Alonso, que rompió a llorar.

 La reforma continuó, pero desde aquel día el joven Alonso no volvió a dirigirle la palabra a su padre nada más que lo necesario. Tras varios días se colocó la última decoración de la fachada lateral, otro escudo parlante de los Solís, pero este sol era distinto, no era un sol alegre y engalanado, era un sol entristecido, recuerdo de la cruel deshonra que le causo su hijo, al maestro cantero.

Escudo lateral de la Casa del Sol, Cáceres 

Terminada la obra, el maestro cantero entregó a su hijo la parte correspondiente del último salario, este cogiendo la saca y se la dio al desdentado y flacucho Juan que estaba cuidando del carro y le dijo.

“Procura que debajo de este escudo entristecido, siempre por esta época haya un ramo de flores.”

“Sí señor, así lo hare.”- Le respondió.-

Depositó unas flores en aquella pared donde estaba emparedado su hermano, y tras darle un abrazo a su padre y decirle al oído:

“Te perdono padre.”-Se fue, y nunca más supo de él.

El maestro cantero también abandonó la villa de Cáceres, que continuó su trascurrir cotidiano ajena a aquel triste suceso.


Más leyendas son, y así te las he contado. Gracias y hasta la próxima.


Escrito por: Jesús Sierra Bolaños.

Fuentes consultadas:

Historia basada en un Leyenda popular.