Los palacios y casas señoriales del casco antiguo de Cáceres han
sufrido a lo largo de los siglos desde sus orígenes numerosas reformas, ampliaciones
y modificaciones, que han escondido tras sus paredes historias y leyendas. Esta
es una de ellas.
Casa del Sol, Cáceres (Foto:Sergio Ciriero) |
Corría el siglo XVI cuando el maestro de obras Pedro Gómez daba por finalizada la reforma de la casa que la familia Solís le había encargado. Situada en el barrio alto de la villa de Cáceres, cerca de la iglesia de San Mateo, habían pasado varios años desde que le fue adjudicada la obra y recibido el primer pago. Ahora, tras darla por buena y finalizada por el maestro inspector y efectuar el secretario el cuarto y último pago. Contemplando el maestro y los contratantes aquella fachada cuadrangular granítica, con arco de medio punto con pequeñas dovelas en su entrada principal enmarcada sobre un alfiz, sobre el cual destacaba un matacán semicilíndrico con aspilleras rematadas en cruz sujeto por tres ménsulas y custodiado por dos ventanas de medio punto; la portada les parecía demasiado austera, allí faltaba algo que destacara la nobleza y la fortuna de los Solís, necesitaba una mejora.
Aconsejado por el maestro de obras, Francisco
de Solís envió misiva a un reputado
cantero, cuyo trabajado era reconocido por tierras leonesas, requiriendo su
presencia para que le esculpiera el escudo familiar que coronaría aquella majestuosa
fachada.
Casi al mes de haber recibido la carta, por la serranía
cacereña transitaba una carreta tirada por dos caballos, en ella, junto a sus
herramientas de trabajo, viajaban el maestro cantero y dos de sus hijos varones.
El camino era largo y en aquella incomoda carreta se hacía muy pesado. Viajaban
de día y descansaban al caer la noche, bien en ventas cuando había suerte y el
precio lo permitía o en el campo cuando no. Aquel día era uno de eso, la noche les
había acontecido en mitad de la nada, y decidieron acampar a un lado del
camino, entre encinas y jaras. Andaban todos reunidos a la luz de la fogata,
degustando un cuenco de puchero que Rodrigo, el menor de los hijos de Alonso el
maestro cantero había preparado, cuando escucharon el sonido de unos casco y el
pifiar de un caballo.
Alejándose del camino, en aquella oscuridad, un hombre con
sombrero de ala ancha, capa al vuelo y fuertemente armado se acercó hacia
ellos:
“Buenas noches tenga vuestras
mercedes.-Dijo apeándose
del caballo- En paz vengo y me vendría bien calentar mis huesos de este
frio de la noche y por supuesto mi estómago, porque si bien huele mejor tiene
que saber ese caldero.”
“Acercaos pues al fuego- respondió el maestro- y presentaros.”
“Martín de Bolaños, antiguo
veterano de los tercios de su majestad, a vuestro servicio.”
“Yo soy Alonso, y estos
son mis dos hijos, Alonso el mayor, -dijo señalando a un joven de tez morena y barba sentado a
sus diestra- y aquel, volvió a señalar a
un joven más bien flaco pero hermoso a la vista- que os está echando un cuenco de puchero, es
nuestro cocinillas Rodrigo, jeje- siguió entre risas- mi hijo
el pequeño. Somos canteros y nos dirigimos a la villa de Cáceres.”
“Suerte la mía,- respondió el veterano soldado- de tierra de Plasencia vengo y a la villa de
Cáceres también me dirijo. ¿Les importa si les acompaño en el camino?”
“Al contrario,
estaríamos agradecidos por su compañía y escolta por estos inesperados caminos.
Sentaos al fuego Martín, y descansad con nosotros.”
Tras degustar el reconfortante puchero, a la luz de la hoguera
todos escucharon con admiración las historias de arcabuces y picas de la mejor
infantería del mundo, como decía Martín de Bolaños comparándola con las grandes
legiones romanas. Larga fue aquella noche de charla, hasta que el cansancio
hizo mella en los canteros que agotados se fueron a dormir bajo el cielo
estrellado.
Vistas de Cáceres. |
A la mañana siguiente al despuntar el alba, tras desayunar las sobras de puchero de la noche anterior junto a un trozo de pan duro, y recoger sus pertenencias, continuaron rumbo a la villa por los caminos de herraduras de la Extremadura. Tras tres días de alegre y mutua compañía, amenizada las noches con las historias de batallas y de bellas mujeres de Martín, las jornadas se les habían hecho cortas. El último día, a las primeras horas de la mañana divisaron las inmensas murallas de Cáceres.
Ya las afuera de la villa, en la explanada junto a la que llamaban
puerta Nueva, se veía el trasiego y el que hacer del día a día de la ciudad,
campesinos, comerciantes, artesanos y villanos entraban y salían, era día de
mercado. Arrearon los canteros los caballos y continuaron hacia el recinto
amurallado. Al atravesar la puerta se santiguaron antes el lienzo de la Virgen
que custodiaba dicha puerta:
“Te damos gracias Madre
de Dios por protegernos por estos caminos, de la Extremadura.” - Y depositaron unas monedas en un
receptáculo de piedra para tal menester.
Tras ellos iba el veterano soldado, el cual no pasaba
inadvertido entre los oriundos de la villa, murmullos y miradas se cruzaban a
su paso.
Continuaron los foráneos por una de las calle hasta que llegaron
a la plaza de Santa María donde entre el tumultuoso ajetreo del mercado se
despidieron del veterano soldado:
“Martin, que la suerte
te acompañe en esta villa, ha sido un placer compartir el viaje contigo.”- Dijo el maestro.-
“Gracias también a
vosotros por vuestra hospitalidad y generosidad, nos veremos por las calles o
en las tabernas.” -Y tras soltar una sonora carcajada, y
despedirse tocando sutilmente el ala de su sombrero se alejó entre los transeúntes.-
Había en la plaza de Santa María una gran multitud por ser día
de mercado, vendedores de verduras, quesos, miel, leche, gallinas, corderos,
conejos y pescados de ríos se apostaban en sus alrededores, también algunos
artesanos de aperos agrícolas y utensilios de cocina. En la puerta de la
iglesia del mismo nombre y cerca del convento adyacente de las monjas de la
congragación de Santa María de Jesús, algunos mendigos sopistas, ciegos,
tuertos o mutilados competía por las limosnas del día, mientras un juglar
amenizaba la mañana recitando dulces melodías acompañado de su vihuela.
Puerta Nueva de Cáceres. |
Al cabo de media hora de callejear en busca de posada y de preguntar a los lugareños, dieron los canteros con una posada que cumplía con sus requisitos para alojarse, en realidad sólo era uno, que la habitación compartida para los tres estuviera libre de pulgas.
La modesta posada estaba situada en la plazuela del potro, a
las afuera de la muralla saliendo por la puerta de Mérida, de ahí su nombre
“Posada de La Puerta de Mérida”. Regentada por un tal Severino, hombre
malhumorado y grotesco en formas y su esposa Lucrecia, mujer entrada en carnes
y mucho más joven que él, la posada estaba atestada de clientes de todo tipo y
condición social, desde hijosdalgo, labriegos o artesanos a viajantes y
comerciantes forasteros. La posada tenía dos pisos, donde las habitaciones
estaban en la parte superior y la taberna abajo, aparte de una cuadra donde
guardaban los caballos y los burros entre gallinas, alguna vaca y algunos puercos.
Tras discutir el precio de la habitación con el posadero, que a regañadientes
cedió en bajar hasta dos cuartos por persona y día, descargar sus enseres,
herramientas, y depositar el carro y los caballos en el establo, donde además
contrataron los servicios de un desdentado y flacucho muchacho llamado Juan, para su vigile
y cuidado, se dirigieron a visitar la casa de los Solís.
Las campanadas de la iglesia cercana habían dado ya las 10 de
la mañana, cuando salieron. Anduvieron un buen rato por las calles de la villa
admirando las casas y palacios hasta que llegaron a la casa de los Solís.
Calle de la Puerta de Mérida, Cáceres |
Cuando contemplaron la obra del maestro Pedro Gómez, las musas creativas revolotearon al maestro Alonso, en su cabeza ya tenía diseñado y esculpido el escudo que en seguida plasmaría sobre las hojas de un cuaderno.
“Rápido Rodrigo dame
lápiz y papel –dijo-
ya lo tengo, va a ser un escudo
majestuoso, vivo, acorde con la obra.”
Rodrigo sacó de su bolsa de cuero que llevaba al hombro un
cuaderno y un lapicero que le entregó.
“Tome padre.”
Apoyó el cuaderno el maestro sobre la espalda de su otro hijo
Alonso, y comenzó a dibujar el escudo. Al cabo de tres cuartos de hora el
boceto preliminar estaba acabado.
Llamaron entonces a las puertas de la casa, al rato una mujer
de mediana edad les abrió.
“¿Que desean los
señores? –Preguntó-
“Soy el maestro Alonso,
cantero y venimos de tierras leonesas llamados por tu señor”- le respondió entregándole la carta
que habían recibido.-
“Pasen –dijo cogiendo la carta y acompañándoles
hacia el patio- esperen aquí les
anunciaré.”
Al rato llegó el secretario de la familia. “Buenas tardes señores, síganme, mi señor
les espera en su despacho.”
Plaza de Santa María de Cáceres. |
La habitación era amplia con una chimenea en el fondo, y lujosamente
adornada con cuadros, tapices, cortinas y alfombras; el mobiliario estaba
compuesto por una escribanía, un bargueño, varias sillas y un gran arcón
acorazado con doble cerradura. Encontraron al noble Francisco de Solís mirando por una de las
ventanas.
“Buenas tardes tengan
noble señor, –hablo
el maestro cantero presentándose y haciendo una pequeña reverencia con la
cabeza- soy el maestro Alonso y estos son
mis hijos, Alonso, el mayor y Rodrigo.”
“Venís muy bien recomendados,
espero que vuestro trabajo sea igual de bueno.” – Dijo el noble.-
“Quedaréis complacido
con mi trabajo mi señor”- Respondió Alonso y procedió a mostrarles sus bocetos.-
Al ver los dibujos, el noble quedó tan maravillado que dio inmediatamente
órdenes a su secretario para que formalizara el contrato y comenzaran cuanto
antes las obras.
Además de sus honorarios habituales, el cantero solicitó que
las piedras fueran de gran calidad, maderas para el andamiaje de la obra y
alguna ayuda de mano de obra local. Y así quedó estipulado y firmado. El secretario
les dio entonces el primero de los pagos, y se retiraron con la bolsa a la posada para planificar
y comenzar a la mañana siguiente con el encargo.
Calle del Arco de la Estrella, Cáceres. |
Y así fue, temprano comenzó el día siguiente para los canteros, madrugadores y trabajadores, pero no para todos, faltaba Rodrigo que según le había contado Alonso a su padre, Rodrigo en mitad de la noche se había despertado sin sueño e incapaz de pegar ojo, había bajado a la taberna a airearse un poco, y aun no había vuelto. Bajaron las escaleras y le preguntaron a Severino por el muchacho:
“Buenos días. ¿Por
casualidad no habrá visto a mi hijo Rodrigo?”
“No desde anoche, que
en aquella mesa anduvo bebiendo con un forastero, hasta que ya entrada la noche
y después de muchos vinos, se fueron juntos de farra.” –Respondió el posadero.-
“¿Y cómo era ese
forastero? Si no es mucha indiscreción.” – Volvió a preguntar el cantero preocupado.-
“Pues según oía que
contaba y presumía en sus historias- en ese momento el malhumorado posadero se giró y gritó- ¡Lucrecia déjate ya de cháchara y ponte a
servir allí más vino!- y continuo diciendo- como le he dicho era un veterano de los tercios de su majestad.”
“Padre, podría ser
Martín de Bolaños, estoy seguro que Rodrigo se topó con el.- Dijo sobresaltado el joven Alonso.- No debemos preocuparnos por Rodrigo, él le protegerá,
padre.”
“Eso espero Alonso,
pero mejor que no se metan en líos algunos, por su bien y el nuestro.-Respondió el padre- Bueno pues vayámonos nosotros que el trabajo
nos aguarda y tenemos mucho por esculpir. Y ojalá, que aparezca pronto tu
hermano” –Se dirigieron hacia los establos, cargaron sus herramientas en el
carro, engancharon los caballos y tras darle una moneda al joven desdentado, partieron hacia la casa de los Solís.-
Cuando llegaron una cuadrilla de diez sirvientes del señor
les estaban esperando, junto a maderas y otros materiales de construcción. Uno de ellos se les acercó:
“Maestro Alonso, soy Pedro y estamos a su servicio.- Le dijo- Un carro le
espera para llevarle a la cantera de la Zafrilla, a unos leguas de aquí.”
“Gracias, Pedro.
Alonso-llamó a su
hijo- hazte cargo de todo en mi ausencia”
“Así lo haré padre, id
con Dios”
Vista de la Casa del Sol, Cáceres |
Tras la marcha del maestro, en seguida se pusieron a trabajar montando los andamiajes y preparado las herramientas, bajos las ordenes y la supervisión de Alonso hijo.
Mientras el padre estaba ausente, apareció en la obra el
joven Rodrigo, su aspecto era lamentable, desaliñado y con cara de no haber
dormido en toda la noche.
“Donde estuviste,
tienes a padre preocupado.”-Le dijo Alonso recriminándole su aspecto-
“Estuve con Martín de
Bolaños, conociendo las gentes y la cultura local”-Respondió entre chanzas-
Al acercarse Alonso se percató del mal estado en que venía su
hermano.
“Maldita sea, apestas a vino. ¿No andarás metido en líos? –Decía
mientras cogía un cubo de agua cercano y se lo echaba por encima de la cabeza
de su hermano.- Lávate que no te vea
padre en ese estado, y ponte a trabajar que es a lo que hemos venido aquí.”
“Ya salió el santurrón
que llevas dentro, siempre sermoneando y haciendo lo que dice padre, lo que
hace padre… blablablá "–Le reprochó mientras se quitaba la camisa y volvía a
meter la cabeza en una barraca de agua.- "Harto
estoy de vosotros"- Se secó el torso con un paño, cogió un madero, y se puso
a trabajar con los demás jornaleros.-
Cuatro horas después volvió el maestro Alonso con las piedras
de la cantera de la “Zafrilla”, al ver a su hijo pequeño trabajando se alegró
que estuviera allí y nada le preguntó, tampoco le contó Alonso hijo nada de
cómo había llegado su hermano y continuaron con sus tareas, hasta el anochecer
del día.
Casa del Sol, Cáceres |
Los dos días siguientes transcurriendo con tranquilidad para la familia de canteros, dedicaban sus horas al trabajo y al descanso en la posada, todo según lo previsto. El trabajo del maestro cantero era excepcional, el escudo iba apareciendo en la piedra, como si hubiera estado ahí siempre, y ahora le diera vida con sus manos.
Pero tras la tercera noche todo cambió, el joven Rodrigo era
demasiado inquieto, aprovechaba cuando todos dormían para en sigilo abandonar
la habitación y no volver hasta el alba, antes de que se levantaran.
Su hermano empezó a sospechar de él, algo no andaba bien, su
rendimiento en la obra no era el mismo, se escabullía de las tareas, no rendía
bien, siempre cansado y su carácter comenzó a cambiar. Pero no quería preocupar
a su padre. Una noche Alonso se acostó como siempre, pero esa noche no durmió,
se hizo el dormido. Y a mitad de la noche vio cómo su hermano en silencio se
levantaba, cogía la ropa, los zapatos y algo envuelto en una tela negra de uno
de los arcones y dejaba la habitación.
Se asomó por la ventana, en la puerta de la posada dos
hombres con capas y espadas encinto esperaban con teas encendidas en una mano,
Rodrigo se unió a ellos y juntos desaparecieron en la noche cacereña. ¿Dónde
iba? ¿Qué hacía? Se preguntaba el hermano. ¿Qué sería aquello que llevaba
envuelto? Y ¿Quiénes eran aquellos hombres?
Nada pudo dormir Alonso aquella noche, y cuando casi al amanecer
escuchó el crujir de la puerta, volvió a hacerse el dormido, y con los ojos medio
cerrados observó cómo su hermano se quitaba la ropa, guardaba la tela negra y
se metía como si nada en la cama.
Esa mañana actuó como siempre, nada dijo Alonso de lo que
había visto la noche anterior, ni a Rodrigo ni a su padre. Se levantaron como
de costumbre, se vistieron, pero Alonso fingió sentirse indispuesto.
“Padre hoy no me
encuentro bien, creo que he cogido algo de frio anoche.”
“¿Quieres que mande
llamar a un barbero para que te sangre? No vayan a ir esas fiebres a peor” – Le dijo el padre.-
“No se preocupe padre,
es sólo mal cuerpo, descansando unas horas en cama me pasará.” –Respondió Alonso.-
“Bueno recupérate hijo,
que falta nos haces. Rodrigo –gritó- vayámonos pues
que se nos hace tarde.”
Vistas de Cáceres. |
Cuando se fueron, Alonso se levantó de la cama, se asomó a la
ventana y contemplo como su padre y su hermano se perdían entre las calles de
la Villa. Aquella era su oportunidad, se acercó al arcón donde su hermano había
escondido aquel trozo de tela negra, rebuscó entre la ropa, allí estaba bajo
unas calzas. Lo cogió, aquello pesaba demasiado para ser un trozo de tela, lo
desenvolvió con cuidado sobre el camastro, y cuando lo vio no daba crédito a
sus ojos, aquella capa negra que era lo que en realidad era, escondía en su
interior una daga, una pistola, y algunas joyas y anillos. Mil preguntas
empezaron a rondar en su cabeza, ¿por qué tenía su hermano aquellas armas? ¿De
dónde había sacado esas joyas? ¿Quiénes eran aquellos hombres con quienes se
había reunido la noche anterior? ¿Y qué andaba metido su hermano pequeño?
Alonso no sabía qué hacer, ¿qué iba a pensar su padre ante aquel
descubrimiento? ¿Qué explicaciones le daría su hermano? O como actuaría. El
horror, la ira y la incertidumbre le atemorizaban, no le dejaba
pensar, hasta que recordó algo, mejor a alguien que estaba versado en estos
temas y le podía ayudar, Martín de Bolaños, tenía que encontrarle y explicarle
la situación.
“El me ayudará.” – Se dijo para sí.-
Recogió las armas y las joyas, las envolvió de nuevo en la
capa negra y la depositó donde la había encontrado. Se vistió, abrió la puerta
de habitación y bajo las escaleras. Como siempre la taberna estaba ya en pleno
funcionamiento, el olor del puchero de Lucrecia se mezclaba con el olor a
chorizos, quesos rancios y a vino. Alonso se acercó al posadero Severino que
andaba ya malhumorado.
"¿Sabes dónde
puedo encontrar a un veterano soldado llamado Martín de Bolaños? Aquel qué
estuvo una noche hablando con mi hermano."-Le preguntó.-
"¡Crees que soy la
puta del pueblo! A otro con ese cuento. No me encargó yo de chismes alguno, ni me
dedico a la información, bastante tengo conllevar mi negocio y no meter en líos."-Le respondió airadamente el posadero,
cuando era interrumpido por un grito de Lucrecia.-
"Severinoooo! Más
vino Severino. ¡Llena esa jarras que nuestros clientes tienen el gaznate seco!”
Y cogiendo un par de jarra que había sobre la barra, se alejó.
Momento que aprovecho la voluptuosa joven para hablar con Alonso.
"Si queréis
información -le
susurro- preguntad a Juan, ese mocoso lo sabe
todo por aquí y por unas monedas os vendería hasta su propia madre. Pero
-continuo diciéndole mientras se le insinuaba juntando sus pechos con sus
manos- si necesitáis de esos servicios yo
soy toda vuestra."
"Gracias-respondió el joven algo sonrojado- pero sólo necesito encontrar a alguien"-
Y eludiendo su lasciva mirada se dirigió al establo. Allí estaba el desdentado
y flacucho Juan dando de pastar a los caballos.
"¡Juan!" Grito el joven cantero.
"Sí señor, ¿necesitáis
algo?”
"En realidad sí. -Le dijo mostrándole una moneda- Necesito que me encontréis a una persona en
la villa, su nombre es Martín de Bolaños, y es un veterano soldado de guerra."
"Eso no será tarea
fácil señor, además tengo otros quehaceres, como cuidar de los caballos."
"Y no podrían
esperar, tendrás otra como esta- volvió a mostrarle la moneda- cuando encuentres al soldado."
"Hecho,- cogió la moneda y salió a la carrera
mientras vociferaba -volveré en una hora,
señor." Para lo flaco y canijo que era el desdentado Juan corría igual
que un galgo.
Fallido escudo reutilizado como sillar. |
Alonso esperaba sentado en una de las mesas de la taberna “Puerta
de Mérida”, esquivando las continuas insinuaciones de la posadera, y las
miradas inquisitivas de su marido, cuando vio aparecer por la puerta a Juan, lo
llamo y se le acercó.
"Señor, el soldado
que buscáis, se halla ahora dentro de la villa, en la taberna el Caldero.”
"Toma te la has
ganado -dándole la
moneda- y esto queda entre tú y yo, no
les cuente nada a nadie, incluidos mi padre y mi hermano. ¿Estamos?”
"Si, señor" -Y salió de nuevo a la carrera con
la moneda.
Calle Manga, Cáceres. |
Abandono Alonso la posada con dirección a la Taberna El
caldero. Iba el cantero por las calles de la Villa intentado pasar desapercibido,
más por temor que por ser reconocido, al cabo de unos minutos llego a la
taberna. Era un lugar casi oscuro y mal ventilado, donde se reunían lo más bajo
de la calaña de la villa. En unas de las mesa se hallaba sentado Martín de
Bolaños junto a otro hombre, bebiendo vinos y contando con efusividad sus historias,
como era su costumbre. Se acercó hacia él y una sonrisa iluminó la cara del
veterano soldado.
"El joven Alonso, -dijo- ¿qué te trae por este antro?
“Martín –le dijo- creo que mi hermano Rodrigo anda metido en líos, y no sabía a quién
recurrir, necesito tu ayuda.” –Y le contó toda la historia.-
“Te ayudaré Alonso,
cuenta conmigo. Esta noche le seguiré y averiguaré en que anda metido, ese
muchacho.”
Y dándole las gracias por su ayuda, Alonso volvió a la
posada.
Cuando cayó la noche, los hechos se volvieron a suceder,
Rodrigo se fugaba de la habitación a hurtadilla, y se reunía con los dos
hombres, pero esta vez Alonso desde la ventana, observaba como Martín les
seguía entre la oscuridad.
Había pasado una semana desde que Alonso se reunió con Martín
y aun no tenía noticias, aunque las salidas de Rodrigo habían continuado
sucediendo cada noche.
Por las mañanas el trabajo de la reforma ocupaba la mayor
parte de sus horas. Los canteros habían terminado ya el escudo principal de la
fachada. El escudo parlante (aquel que incorpora piezas o muebles que
representan directamente al titular del escudo) era de gran realismo, tanto que
los mismo ayudante estaban impresionados con la obra, en campo de gules (rojo)
un gran sol de oro sonriente y destellante era mordido por ocho dragantes de
sinople (verde), pues en aquellos tiempos los escudos estaban pintados con sus
colores.
Escudo principal de la fachada de la Casa del Sol (Foto:Sergio Ciriero) |
“Padre os habéis
superado con este escudo, ¡verdad Rodrigo!”- Le dijo Alonso mirando a su hermano, pero este no
dijo nada.-
“No lo habría
conseguido sin vuestra ayuda hijos míos seréis unos grandes maestros canteros,
y ahora sigamos que aún nos queda trabajo.”
“Maravilloso escudo.”- Escucharon a sus espaldas, aquella
voz les resultaba conocida.
“¡Martin amigo, como tú
por aquí!”- Grito el
maestro Alonso.
“Esta villa es pequeña
maese Alonso, y tu fama grande, por esos es obligado venir a ver tu obra.”-Le dijo el veterano soldado.-
“Me halagas amigo, ven
pongámonos al día.” –Y
sentados en un banco estuvieron conversando alrededor de media hora.
“Bueno maese, pero debo
dejaros, hay asuntos que me reclaman.”-Se despidió Martín, mientras se levantaba y dejaba caer
intencionadamente uno de sus guantes debajo del banco y le hacia una seña a
Alonso.-“Ha sido todo un placer veros.”-
Y desapareció por una de las calles.-
“Padre,-dijo el joven Alonso- Martín se ha dejado olvidado el guante, voy
corriendo a llevárselo, antes que se aleje.”
“Vale hijo, pero no
tardes.”
Salió corriendo tras él, y dos calles más adelante lo hallo
apoyado en una pared.
“¿Que habéis
averiguado?-Preguntó
impaciente Alonso, entregándole el guante.-
“Vuestro hermano Rodrigo llevaba una doble vida por la mañana con
vosotros es cantero y por la noche es otra persona distinta, se junta con la
calaña más baja de esta villa, borrachos, maleantes, tahúres, rameras y todo
aquel que se ocultara en la oscuridad de una taberna. Se pasa las noches
jugando a naipes, dados y bebiendo vino, ha contraído deudas por ello. Vuestro
hermano va acabar mal.”-Le explicó.-
“¿Qué puedo hacer,
Martín?”
”Debéis contárselo a
vuestro padre y hablar los dos con él. Debe saldar sus deudas y abandonar la
villa o acabará muerto. Yo haré todo lo que pueda por ayudaros.” –Y despidiéndose se alejó de Alonso.-
Matacán de la Casa del Sol (Foto:Sergio Ciriero) |
Volvió Alonso al trabajo. Preocupado y pensando cómo afrontar
aquello terminó la jornada. Cuando llegaron a la posada, mandó a su hermano
Rodrigo a recoger los caballos momento que aprovechó en la habitación para
contarle todo a su padre y mostrarle la pistola y la daga, pues las joyas ya
habían desaparecido.
El padre quedó conmocionado ante aquello que le había
contado, no daba crédito, aquel muchacho dulce y amable se había transformado
en un rufián.
Entró Alonso en ese momento, y vio sus armas sobre el camastro.
Miró a su padre a los ojos, y vio que estaba desolado, se sentía culpable.
“¿Por qué hijo mío? ¿Por
qué? ¿Es esto lo que yo te he enseñado? ¡En que te has convertido!”
“Lo sabemos todo -le recriminó su hermano- tus salidas nocturnas, tus juergas y tus
deudas.”
“Recoge tus cosas y
vete.”-Le dijo entre
llantos el padre.-
“Padre, padre.”-Dijo Rodrigo.-
“No me llames mas así,
ya no eres mi hijo. Vete”- Le respondió-
Y recogiendo sus armas abandonó la habitación.
Calles de Cáceres (Foto: Sergio Ciriero) |
Pasaron unos días, y nada supieron de Rodrigo. En la obra, la
alegría de antaño se había truncado en tristeza y mesura. El maestro Alonso era
el que peor lo llevaba, su hijo intentaba alentarle y animarlo pero era inútil,
se había encerrado en su mundo, un mundo que la culpabilidad le carcomía.
Una noche llamaron a la puerta, alarmados se despertaron los
canteros, algo sucedía.
"¿Quien anda ahí?”- grito Alonso
"Abrid me, soy yo,
Martín."
"¡Martín!” -Repitió extrañado el joven Alonso.-
"Rápido abre hijo." -Dijo el padre.-
Se acercó a la puerta quitó el pestiño y la abrió. Martín
entró raudo, se le veía nervioso como nunca antes lo habían visto.
"Rodrigo está en
problemas y lo andan buscando, necesita vuestra ayuda."
“Ya no es mi problema,
ya no es mi hijo.” -Manifestó
el padre con desidia.-
“Pero padre, sigue
siendo sangre de nuestra sangre. ¿Qué ha pasado Martín?"
"Andaba yo
siguiéndole como de costumbre, cuando entraron en la taberna El Caldero, yo
entre poco después y sin que me viera me senté en un rincón de la taberna. El y
otro amigo suyo tahúr estuvieron jugando a dados con unos villanos hasta bien
entrada la noche. Perdió mucho dinero, por ello lo echaron de la partida y se
puso a beber. Al cabo de un rato entraron unos matones fuertemente
armados, echaron una mirada a la taberna y cuando lo vieron se acercaron a él,
según pude escuchar le reclamaban la parte de un botín de joyas y dineros producto
de un robo de la noche anterior, le dieron como plazo hasta la mañana."
"Tengo algo de dinero,
-le interrumpió
Alonso mostrándole una saca de monedas- le
podemos ayudar”.
"Es demasiado
tarde- continuo
hablando Martín- después de irse aquellos
hombres, Rodrigo abandonó la taberna, fui tras el pero una calleja lo perdí,
supuse que se había ido a dormir al refugio donde pernocta y decidí regresar a
la taberna. Al rato los villanos con los que había estado jugando Rodrigo
también se fueron de la taberna con las ganancias de Rodrigo. Poco tiempo después
de salir uno de ellos volvió a entrar ensangrentado y gritando.”
“Socorro, ayuda lo han
matado, lo han matado.”
Raudo salí a ver lo sucedido y me topé con un hombre yaciendo
en un charco rojo, entonces vi una correr una sombra y fui tras ella, cuando le
alcance me abalance sobre ella, era Rodrigo y llevaba en su mano una daga
ensangrentada. Acababa de matar aquel hombre y robarle las joyas y los dineros.
"Tuve que hacerlo.“-Repetía una y otra vez tuve que
hacerlo. De inmediato me lo lleve de aquel lugar y lo escondí en las
obras del palacio.
“Debéis ayudarlo, o
acabará en la horca.”
"Gracias Martín.
Padre por favor debemos ayudarle.”-Suplicaba Alonso.-
"Yo entretendré a los alguaciles
entorpeciendo la investigación, mientras vosotros lo sacáis de la Villa.” -Y tras estas palabras se fue
Martín.-
Calle de San Pablo, Cáceres.(Foto:Sergio Ciriero) |
Estaba ya casi amaneciendo cuando engancharon los caballos a
la carreta y se dirigieron a casa de los Solís. En la entrada de la puerta de
Mérida se encontraron con guardias apostados.
“Guardias. ¿Ocurre algo?” -Pregunto el joven Alonso intentando
disimular sus nervios.-
“Ha habido una
asesinato, y tenemos orden de registrar a todo aquel que salga.” -Dijo uno de los guardias.-
“Y. ¿han cogido ya al
asesino?”- Volvió a
preguntar.-
“No, pero no podrá dejar
la Villa sin ser visto. Es cuestión de tiempo que lo atraparemos. Continuad con
vuestro camino.”
No habría manera de sacarlo de allí, estaban perdido. Cuando
llegaron hallaron a Rodrigo escondido tras unas piedras, con las manos aun
llenas de sangre y asustado.
“¡Que has hecho mal hijo,
que has hecho, nos has deshonrado!”-Repetía una y otra vez el padre.-
“Lo siento padre, lo siento.”-Dijo al verlo.-
“¿Que vamos hacer Padre? Es imposible sacar a Rodrigo de la villa sin
ser visto.”
“Tendremos que
esconderlo aquí-
respondió el padre- lo ocultaremos tras
la pared lateral que estamos reformado, por un tiempo. Vamos no hay tiempo que
perder antes de que vengan los trabajadores.”
Calleja lateral de la Casa del Sol. |
Y así lo hicieron, lo ocultaron con agua y algo de comer, en
el muro lateral de la casa que estaban reformando, tras una rejería en losange.
Cuando llegaron los trabajadores ya estaba casi acabado.
“Buenos días.- Manifestó el joven Alonso- Nos hemos despertado temprano hoy, y hemos
adelantado trabajo.”
El día en la obra transcurrió agitada por atroz crimen
cometido, el trasiego de guardias era continuo. Los trabajadores estaban
inquietos. El joven Alonso se mostraba afligido y nerviosos, sin embargo el
padre no exteriorizaba sentimiento alguno.
Al caer la noche Alonso pidió a su padre ir a rescatar a
Rodrigo, pero el padre le respondió que era demasiado pronto.
“Los guardias aún están
vigilando las calles, mañana.”
El segundo y el tercer día Alonso seguía insistiendo a su
padre, pero la respuesta era la misma.
“Aún es pronto, hay
muchos guardias, mañana.
“Padre, morirá de
hambre y sed“-Le suplicaba
Alonso.-
Pero aquella petición era en vano, porque la intención del
padre desde un principio era otra, no pensaba en la salvación de su hijo, pues para
el su hijo ya estaba muerto, había muerto el mismo instante que descubrió sus
mentiras y engaños, y más al descubrir que había robado y matado por ello. Su propósito
siempre fue dejarlo morir a su suerte tras esos muros. No pasaría por la
deshonra de ver morir a un hijo suyo en la horca, ese sería su castigo. Y así
se lo hizo saber a su hijo Alonso, que rompió a llorar.
La reforma continuó,
pero desde aquel día el joven Alonso no volvió a dirigirle la palabra a su
padre nada más que lo necesario. Tras varios días se colocó la última decoración
de la fachada lateral, otro escudo parlante de los Solís, pero este sol era
distinto, no era un sol alegre y engalanado, era un sol entristecido, recuerdo
de la cruel deshonra que le causo su hijo, al maestro cantero.
Escudo lateral de la Casa del Sol, Cáceres |
Terminada la obra, el maestro cantero entregó a su hijo la
parte correspondiente del último salario, este cogiendo la saca y se la dio al
desdentado y flacucho Juan que estaba cuidando del carro y le dijo.
“Procura que debajo de
este escudo entristecido, siempre por esta época haya un ramo de flores.”
“Sí señor, así lo hare.”- Le respondió.-
Depositó unas flores en aquella pared donde estaba emparedado
su hermano, y tras darle un abrazo a su padre y decirle al oído:
“Te perdono padre.”-Se fue, y nunca más supo de él.
El maestro cantero también abandonó la villa de Cáceres, que
continuó su trascurrir cotidiano ajena a aquel triste suceso.
Más leyendas son, y así te las he contado. Gracias y hasta la
próxima.
Escrito por: Jesús
Sierra Bolaños.
Fuentes consultadas:
Historia basada en un
Leyenda popular.
Magistral!
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