sábado, 17 de mayo de 2014

La matanza de Montánchez del siglo XII.

A finales de abril de 1195 el Califa almohade Abu Yusuf Yaqub al-Mansur “el victorioso”, apodado así tras derrotar a las tropas cristiana en la batalla de Alarcos, parte de Marraquech al mando de un impresionante ejercito. Un  mes después de su salida cruza el Estrecho de Gibraltar, su intención acabar con los continuos ataques castellanos en tierras de Jaén y Córdoba. En junio al frente de su magnífico ejército compuesto por árabes y bereberes llegan a Córdoba, donde se le unen tropas andalusíes, y siguiendo la vía de Balata (“camino empedrado” que es como los árabes conocían la actual Ruta de la Plata),  va tomando ciudades, villas y castillos, unas al asalto y otras rindiéndose ante su supremacía.

Vista del Castillo de Montánchez.

De los primeros en capitular fue el castillo de Montánchez. La pequeña guarnición que lo custodiaba estaba decidida a resistir con su vida el ataque, y así lo hicieron los primeros días ante la vanguardia almohade. Pero cuando vieron aparecer por la llanura al grueso del majestuoso ejercito sarraceno al mando de poderoso Califa Abu Yusuf Yaqub, se dieron cuenta que la batalla estaba decidida a favor de enemigo. Aquellas fastuosas huestes contaban entre sus filas con miles de soldados, se cree que estaba compuesto por 30.000,  entre tropa de a pie, arqueros, lanceros, tropas a caballo, y unas poderosas máquinas de guerra y asedio.

Valientemente resistieron varios días de sitio, rodeados por doquier y bajo tremendos ataques por todos sus flancos, pero ante la imposibilidad de recibir ayuda proveniente de la villa de Trujillo, pues habían sido avisados de que algunos grupos de guerreros árabes se dedicaban a realizar razias en las aldeas y pueblos de los alrededores, cortando los caminos de información. Y tras ver que la resistencia iba ha resultar inútil, el señor del castillo de Montánchez, tras consultar en audiencia a sus capitanes y anteponiendo las vidas de los aldeanos, mujeres y niños, que les habían sido encomendados para su seguridad, decide parlamentar con el enemigo.
 
Representación de Abu Yaqub-al-mansur (F.I.)

 
Al caer el sol, en una de las frecuentes treguas para recoger a los muertos en combate, las trompetas suenan desde los muros, el portón del castillo se abre y el pesado enrejado es izado, tras el sale un heraldo a caballo portando una bandera blanca. A mitad de camino entre el castillo y las fuerzas sitiadoras se detiene. A lo lejos proveniente del campamento enemigo se acerca un jinete sarracenos también portando estandarte blanco.


Reunidos ambos, el mensajero cristiano hace entrega de una misiva al sarraceno, en la cual el señor del castillo de Montánchez, solicita parlamento con el califa. El lugar indicado a mitad de trayecto, y la hora señalada, al mediodía de mañana. Comprometiéndose él y sus cuatro acompañantes a no portar ningún tipo de arma y hacer respetar la tregua pactada.


Tras media hora de esperar, el jinete sarraceno se acerca nuevamente al cristiano y le hace entrega de la repuesta del Califa. El mensajero cristiano vuelve al castillo portando la respuesta, en la cual acepta el parlamento.

Castillo sitiado por tropas árabes.


A la hora señalada del día siguiente, suenan trompetas, el portón del castillo se abre nuevamente y el enrejado es arriado, de el salen montando caballos negros el señor del castillo junto a un heraldo portando bandera blanca, y tres caballeros, todos ellos desarmados. A la vez del campamento sarraceno sale cinco jinetes, también desarmados y portado enseña blanca. A mitad de camino se encuentran y comienza el parlamento.

“He aquí a mi señor el Califa Abu Yusuf Yaqub” -Dijo el heraldo sarraceno. -

Abu Yusuf Yaqub montaba en un maravillo corcel blanco, sus rasgos  árabes, ojos perfilados con kohl, barbar acicalada y porte majestuoso lo hacía aun más carismático. Junto a él cautelosos estaban sus lugartenientes y compañeros de batallas.

Presentase entonces el caballero cristiano tras reverenciarse y dirigiéndose al Califa le dijo:

“Señor Abu Yusuf, entregaros el castillo queremos sin resistencia alguna, mas bajo ciertas condiciones y por ello respetando vuestras leyes y como caballeros que somos nos acogemos al Aman” (El Aman, son las reglas de conducta a seguir de los árabes con los vencidos, como por ejemplo, si matarlos, darles la libertad o esclavizarlos.)

“Por Alá que así se ha de hacer, y por ello que os concedo el perdón  y un salvoconducto para todos, soldados, aldeanos, mujeres, niños y ancianos. Pero deberéis abandonar el castillo mañana a la salida del sol, y seréis escoltados como hombres libres hacia tierras cristianas. Además –continuó diciendo el Califa- todo soldado y caballero deberá hacer entrega de su espada, daga, lanza, arco y escudo, o aquellos que sean hallados portando un arma serán ejecutados. Tenéis la palabra de Abu Yusuf Yaqub.”

Discutidos los términos y sellado el tratado la representación cristiana regreso al castillo a comunicar la noticia.

Puerta del castillo de Montánchez

A la mañana siguiente los habitantes de Montánchez abandonaban el castillo, a las puertas soldados sarracenos al mando del Caíd Abu Abd Allah b. Sanadid les esperaban para escoltarlos hacia tierras más al norte. Soldados y caballeros según salían iban arrojado sus armas a los pies de un enemigo siempre vigilante.

 Cansados, tristes y temerosos, marchaban dejando atrás sus vidas. Los ancianos, los heridos y los niños iban hacinados en carromatos o burros, los caballeros y los más pudientes a caballo, y todos los demás a pie portando los pocos enseres que les quedaban. La travesía iba a ser larga.

A medio día de jornada, la caravana acampa cerca de Villavieja del Tamuja, donde es emboscada y atacada por un grupo de árabes fanatizados que se hallaban realizando razias por dichos valles. El silencio del valle deja paso a unos agudos silbidos lejanos que se hacían más atronadores por segundo, y de repente una lluvia de flechas cubrió el cielo, el miedo y la confusión se apoderó de la caravana. De los árboles empezaron a salir salteadores árabes matando a diestro y siniestro, sin respetar a sus propios hermanos de raza, que incrédulos y sorprendidos luchaban unos e huían otros. Los soldados cristianos indefensos utilizaban como arma todo lo que encontraban, palos, piedras y sus propias manos eran sus defensas, pero poco o nada pudieron hacer frente a los bien equipados saqueadores árabes, que sin piedad alguna mataron sangrientamente a todo cristiano o musulmán que le opusieron resistencia.


Terminada la batalla, los salteadores sin piedad alguna, pasaron a cuchillo a todo hombre que aún quedaba en pie, sin respetar entre soldados o aldeanos, ancianos o heridos, sólo las mujeres y los niños se salvaron de la masacre para ser esclavizados y comerciar con ellos. Hoy aquel lugar aún es conocido como el “Valle de la Matanza.”

Escena de batalla, Cantigas de Alfonso X

Pronto las noticias de la masacre llegaron a oídos de Abu Yusuf Yaqub, el tratado había sido quebrantado, su palabra y su honor había sido mancillado, aquella violación del aman  no debía quedar impune, aunque los atacantes fueran de su propia raza. Mandó el Califa llamar a su mejor capitán y le habló:

“Te encomiendo la tarea de reparar la atrocidad cometida. Reúne a un grupo de los mejores hombres de entre mis tropas y parte de inmediato. Busca, apresa o mata a todo aquel musulmán que haya participado en quebrantar nuestras leyes y rescata a cuantos cautivos tengan, libéralos y condúcelos a salvo hasta su reino. Mi palabra y mi honor ha sido mancillado.”

“Por Alá, que así se hará mi señor. Tu palabra será ley y tu honor restablecido.” –Dijo Amir al-Muminin, antes de partir.-

Pronto las huestes de Amir al-Muminin encontraron a los salteadores a los que dieron caza, algunos se resistieron y plantaron batalla los demás fueron apresados y encarcelados. Las mujeres y niños cautivos, aterrados temían por su muerte, pero ante su asombro fueron liberados.

“Por orden de mi señor el Califa Abu Yusuf Yaqub, seréis liberados y conducidos sanos y salvo a vuestro reino. Pongo mi vida en ello.” -Dijo el capitán almohade.-

Se les dio ropas, aguas y alimentos y fueron conducidos y escoltados hacia la zona cristiana donde fueron acogidos. El aman se había restablecido.

Muralla del castillo de Montánchez.

Los saqueadores árabes fueron conducidos a presencia del Califa al que suplicaron su perdón:

“Gran señor Abu Yusuf Yaqub, apelamos a su magnificencia y os suplicamos el perdón, mi gran señor –habló uno de los cautivos árabes que se hallaban encadenados y arrodillados frente al Califa- sólo eran cristianos a los que atacamos y dimos muerte.”

“Cristianos eran, pero estaban acogidos al aman, y por lo tanto bajo mi protección, y no lo respetasteis. “ –Dijo el Califa.-

“Piedad, por Alá, piedad”- Dijeron algunos cautivos.-

“Tendré la misma piedad y misericordia que vosotros tuvisteis con los cristianos” –Y tras pronunciar estas palabras fueron ajusticiados en público.-

Se había impartido justicia y la palabra y el honor de Abu Yusuf Yaqub había sido restaurado.

  Gracias y hasta la próxima.


Escrito por: Jesús Sierra Bolaños.


Fuentes consultadas:

-“Boletín de la Real Academia de la Historia. Tomo CXCVIII. Número I.” V.V.A.A.
-“Alarcos 1195.” Ricardo Izquierdo Benito y Francisco Ruiz Gómez
-“La guerra Santa según el Derecho Mâliki” Felipe Maíllo Salgado
-“Diccionario Geográfico-Estadístico de España y Portugal.” Sebastián de Miñano.