A
finales de abril de 1195 el Califa almohade Abu Yusuf Yaqub al-Mansur “el
victorioso”, apodado así tras derrotar a las tropas cristiana en la batalla de Alarcos,
parte de Marraquech al mando de un impresionante ejercito. Un mes después de su salida cruza el Estrecho de
Gibraltar, su intención acabar con los continuos ataques castellanos en tierras
de Jaén y Córdoba. En junio al frente de su magnífico ejército compuesto por
árabes y bereberes llegan a Córdoba, donde se le unen tropas andalusíes, y siguiendo
la vía de Balata (“camino empedrado” que es como
los árabes conocían la actual Ruta de la Plata), va tomando ciudades, villas y castillos, unas al asalto y otras
rindiéndose ante su supremacía.
Vista del Castillo de Montánchez. |
De
los primeros en capitular fue el castillo de Montánchez. La pequeña guarnición
que lo custodiaba estaba decidida a resistir con su vida el ataque, y así lo
hicieron los primeros días ante la vanguardia almohade. Pero cuando vieron
aparecer por la llanura al grueso del majestuoso ejercito sarraceno al mando de
poderoso Califa Abu Yusuf Yaqub, se dieron cuenta que la batalla estaba
decidida a favor de enemigo. Aquellas fastuosas huestes contaban entre sus
filas con miles de soldados, se cree que estaba compuesto por 30.000, entre tropa de a pie, arqueros, lanceros, tropas
a caballo, y unas poderosas máquinas de guerra y asedio.
Valientemente
resistieron varios días de sitio, rodeados por doquier y bajo tremendos ataques
por todos sus flancos, pero ante la imposibilidad de recibir ayuda proveniente
de la villa de Trujillo, pues habían sido avisados de que algunos grupos de guerreros
árabes se dedicaban a realizar razias en las aldeas y pueblos de los
alrededores, cortando los caminos de información. Y tras ver que la resistencia
iba ha resultar inútil, el señor del castillo de Montánchez, tras consultar en
audiencia a sus capitanes y anteponiendo las vidas de los aldeanos, mujeres y
niños, que les habían sido encomendados para su seguridad, decide parlamentar
con el enemigo.
Al
caer el sol, en una de las frecuentes treguas para recoger a los muertos en
combate, las trompetas suenan desde los muros, el portón del castillo se abre y
el pesado enrejado es izado, tras el sale un heraldo a caballo portando una
bandera blanca. A mitad de camino entre el castillo y las fuerzas sitiadoras se
detiene. A lo lejos proveniente del campamento enemigo se acerca un jinete sarracenos
también portando estandarte blanco.
Reunidos
ambos, el mensajero cristiano hace entrega de una misiva al sarraceno, en la cual
el señor del castillo de Montánchez, solicita parlamento con el califa. El
lugar indicado a mitad de trayecto, y la hora señalada, al mediodía de mañana. Comprometiéndose
él y sus cuatro acompañantes a no portar ningún tipo de arma y hacer respetar
la tregua pactada.
Tras
media hora de esperar, el jinete sarraceno se acerca nuevamente al cristiano y
le hace entrega de la repuesta del Califa. El mensajero cristiano vuelve al castillo
portando la respuesta, en la cual acepta el parlamento.
A
la hora señalada del día siguiente, suenan trompetas, el portón del castillo se
abre nuevamente y el enrejado es arriado, de el salen montando caballos negros
el señor del castillo junto a un heraldo portando bandera blanca, y tres caballeros,
todos ellos desarmados. A la vez del campamento sarraceno sale cinco jinetes,
también desarmados y portado enseña blanca. A mitad de camino se encuentran y
comienza el parlamento.
“He aquí a mi señor el Califa Abu Yusuf Yaqub” -Dijo el heraldo sarraceno. -
Abu
Yusuf Yaqub montaba en un maravillo corcel blanco, sus rasgos árabes, ojos perfilados con kohl, barbar
acicalada y porte majestuoso lo hacía aun más carismático. Junto a él
cautelosos estaban sus lugartenientes y compañeros de batallas.
Presentase
entonces el caballero cristiano tras reverenciarse y dirigiéndose al Califa le
dijo:
“Señor Abu Yusuf, entregaros el castillo queremos sin
resistencia alguna, mas bajo ciertas condiciones y por ello respetando vuestras
leyes y como caballeros que somos nos acogemos al Aman” (El Aman, son las reglas de conducta a seguir de los
árabes con los vencidos, como por ejemplo, si matarlos, darles la libertad o esclavizarlos.)
“Por Alá que así se ha de hacer, y por ello que os
concedo el perdón y un salvoconducto para
todos, soldados, aldeanos, mujeres, niños y ancianos. Pero deberéis abandonar
el castillo mañana a la salida del sol, y seréis escoltados como hombres libres
hacia tierras cristianas. Además –continuó
diciendo el Califa- todo soldado y
caballero deberá hacer entrega de su espada, daga, lanza, arco y escudo, o
aquellos que sean hallados portando un arma serán ejecutados. Tenéis la palabra
de Abu Yusuf Yaqub.”
Discutidos
los términos y sellado el tratado la representación cristiana regreso al castillo
a comunicar la noticia.
Puerta del castillo de Montánchez |
A
la mañana siguiente los habitantes de Montánchez abandonaban el castillo, a las
puertas soldados sarracenos al mando del Caíd Abu Abd Allah b. Sanadid les
esperaban para escoltarlos hacia tierras más al norte. Soldados y caballeros
según salían iban arrojado sus armas a los pies de un enemigo siempre vigilante.
Cansados, tristes y temerosos, marchaban
dejando atrás sus vidas. Los ancianos, los heridos y los niños iban hacinados
en carromatos o burros, los caballeros y los más pudientes a caballo, y todos
los demás a pie portando los pocos enseres que les quedaban. La travesía iba a
ser larga.
A
medio día de jornada, la caravana acampa cerca de Villavieja del Tamuja, donde es
emboscada y atacada por un grupo de árabes fanatizados que se hallaban realizando
razias por dichos valles. El silencio del valle deja paso a unos agudos
silbidos lejanos que se hacían más atronadores por segundo, y de repente una
lluvia de flechas cubrió el cielo, el miedo y la confusión se apoderó de la
caravana. De los árboles empezaron a salir salteadores árabes matando a diestro
y siniestro, sin respetar a sus propios hermanos de raza, que incrédulos y
sorprendidos luchaban unos e huían otros. Los soldados cristianos indefensos utilizaban
como arma todo lo que encontraban, palos, piedras y sus propias manos eran sus
defensas, pero poco o nada pudieron hacer frente a los bien equipados
saqueadores árabes, que sin piedad alguna mataron sangrientamente a todo
cristiano o musulmán que le opusieron resistencia.
Terminada
la batalla, los salteadores sin piedad alguna, pasaron a cuchillo a todo hombre
que aún quedaba en pie, sin respetar entre soldados o aldeanos, ancianos o
heridos, sólo las mujeres y los niños se salvaron de la masacre para ser
esclavizados y comerciar con ellos. Hoy aquel lugar aún es conocido como el
“Valle de la Matanza.”
Escena de batalla, Cantigas de Alfonso X |
Pronto
las noticias de la masacre llegaron a oídos de Abu Yusuf Yaqub, el tratado
había sido quebrantado, su palabra y su honor había sido mancillado, aquella
violación del aman no debía quedar
impune, aunque los atacantes fueran de su propia raza. Mandó el Califa llamar a
su mejor capitán y le habló:
“Te encomiendo la tarea de reparar la atrocidad cometida.
Reúne a un grupo de los mejores hombres de entre mis tropas y parte de
inmediato. Busca, apresa o mata a todo aquel musulmán que haya participado en
quebrantar nuestras leyes y rescata a cuantos cautivos tengan, libéralos y
condúcelos a salvo hasta su reino. Mi palabra y mi honor ha sido mancillado.”
“Por Alá, que así se hará mi señor. Tu palabra será ley y
tu honor restablecido.” –Dijo Amir
al-Muminin, antes de partir.-
Pronto
las huestes de Amir al-Muminin encontraron a los salteadores a los que dieron
caza, algunos se resistieron y plantaron batalla los demás fueron apresados y
encarcelados. Las mujeres y niños cautivos, aterrados temían por su muerte,
pero ante su asombro fueron liberados.
“Por orden de mi señor el Califa Abu Yusuf Yaqub, seréis
liberados y conducidos sanos y salvo a vuestro reino. Pongo mi vida en ello.” -Dijo el capitán almohade.-
Se
les dio ropas, aguas y alimentos y fueron conducidos y escoltados hacia la zona
cristiana donde fueron acogidos. El aman se había restablecido.
Muralla del castillo de Montánchez. |
Los
saqueadores árabes fueron conducidos a presencia del Califa al que suplicaron
su perdón:
“Gran señor Abu Yusuf Yaqub, apelamos a su magnificencia
y os suplicamos el perdón, mi gran señor –habló uno de los cautivos árabes que se hallaban encadenados y
arrodillados frente al Califa- sólo eran
cristianos a los que atacamos y dimos muerte.”
“Cristianos eran, pero estaban acogidos al aman, y por lo
tanto bajo mi protección, y no lo respetasteis. “ –Dijo el Califa.-
“Piedad, por Alá, piedad”- Dijeron algunos cautivos.-
“Tendré la misma piedad y misericordia que vosotros
tuvisteis con los cristianos”
–Y tras pronunciar estas palabras fueron ajusticiados en público.-
Se
había impartido justicia y la palabra y el honor de Abu Yusuf Yaqub había sido
restaurado.
Gracias y hasta la próxima.
Escrito por: Jesús Sierra Bolaños.
Fuentes consultadas:
-“Boletín de la Real Academia de la Historia.
Tomo CXCVIII. Número I.” V.V.A.A.
-“Alarcos 1195.” Ricardo
Izquierdo Benito y Francisco Ruiz Gómez
-“La guerra Santa según
el Derecho Mâliki” Felipe Maíllo Salgado
-“Diccionario
Geográfico-Estadístico de España y Portugal.” Sebastián de Miñano.
Enhorabuena por tu blog! Aunque vivo en Cáceres y me encanta aprender más sobre la historia que han visto sus piedras en cada post, en realidad soy de Montánchez por lo que hoy lo he leído con especial interés (por cierto, nunca había escuchado acerca de esta leyenda).
ResponderEliminarHola chuchi, vaya historias bonitas y lo que aprendemos, de la historia de nuestros antepasados. Muchas gracias por esforzarte, y buscar te costara tu tiempo y trabajo. besos.
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