Hoy volvemos de nuevo a
la Casa del Sol, para contar otra historia que tiene como protagonista
personajes de esta familia.
Callejón de la Monja, Cáceres. |
Todo comienza al
fallecer en 1864, en la ciudad de Turín (Italia), don Vicente de Ovando Solís y
Pereiro, tercer y último Marqués de Ovando, legando toda su fortuna a los
Padres Misioneros de la Preciosa Sangre, con la obligación de establecer una
residencia en su palacio natal de Cáceres.
Una vez asentados los
Padres Misioneros en Cáceres, hallaron en el palacio de los Solís, dos retratos
pintados al oleo. En uno de los retratos estaba dibujada una niña pequeña en
mantillas, adornada con cintas y encajes y en el otro una mujer de treinta y
tantos años, con hábito de monja dominica recoleta. Ambos retratos representaban
a la misma persona, doña María Manuela de Ovando y Rivadeneyra, y con ella con
una trágica leyenda. Esta es su historia.
Don Francisco José de
Ovando Solís y Rol, nació en Cáceres y fue bautizado en la iglesia de San Mateo el 3 de octubre de 1693. En 1710
era ya cadete en la Compañía de los Ejércitos de Extremadura, embarcando en
1717 como marino en la armada. En 1733 ya
como Capitán de la fragata “La Galga”, contribuye en la conquista para la
corona española de la fortaleza de Brindisi (Italia), haciéndole merced el Rey
de España con el título de Marqués de Castell-Brindisi, que a petición propia y
con el consentimiento real trasformó en Marqués de Ovando. En 1740 en las Américas,
participa con su navío “Dragón” en la defensa de Cartagena de Indias. En 1743
es ascendido a Jefe de Escuadra, hasta que en 1750 es nombrado Gobernador y Capitán
General de las islas Filipinas.
Casó por poderes en
Puebla de los Ángeles (Méjico) con María Bárbara de Ovando y Ribadeneyra, y
fruto de esa unión nace en 1753 en Filipinas, la protagonista de los cuadros, María
Manuela. Aquella niña era objeto de cariño y veneración de todos, y más de su
padre alejado de su familia natal, encontraba en ella la alegría necesaria para
soportar aquella soledad. Pero he aquí, que al cabo de unos meses la niña cayó
gravemente enferma, don Francisco mandó llamar a los más insignes doctores de
las islas, pero ninguno daba con la cura de la dolencia de la niña.
“Lo
siento mucho Gobernador, hemos hecho todo lo posible pero por la gravedad de
sus síntomas no creo que la niña pueda durar mucho mas.” Les dijo el último médico que la atendió.
“No
puede ser, algo mas podrán hacer, pídame lo que quiera, lo que necesite.” Suplicaba
el entristecido padre.
“Ahora
está en manos de Dios y solo un milagro podría salvarla, recen por ella.” Respondió
de nuevo el galeno.
Y así lo hicieron, desolado
don Francisco junto con su afligida esposa rezaron y rezaron con fervor al
Señor, por la sanación de su amadísima hija, y ante la imagen de Nuestra Señora
del Buen Fin hicieron un santo juramento.
“Nuestra
Señora madre de nuestro Dios todopoderoso, vos que obráis tantos milagros y
sois la admiración de los feligreses, si le concedéis la sanación y la curación
a mi adorable hija, prometo que cuando tenga edad casadera, los hábitos
contraerá y esposa de vuestro hijo será, prometo además contribuir con generosas limosnas a la caridad,
tenéis mi honor y palabra.”
Milagrosamente y ante
el asombro de los doctores la niña se salvó, y la angustia en alegrías se transformó,
El gobernador como prometió hizo generosas donaciones a los conventos, e
incluso a un galeón mandado construir por él, lo bautizó con el nombre de “Santísima
Trinidad y Nuestra Señora del Buen Fin” que fue uno de los mas grandes de las naves denominadas como "galeones de Manila", destinado al tráfico de mercancías entre Filipinas y México.
Galeón de Manila (F. Internet) |
Pasaron unos años, y quiso la mala fortuna que ya relevado
de su cargo el día 9 de diciembre de 1755 don Francisco José de Ovando cuando
navega de vuelta a la península junto a su familia, en el galeón Santísima
Trinidad rumbo a Acapulco enfermara y falleciera poco tiempo después. Así lo
relata el diario de a bordo.
“Esta
mañana, a las nueve, murió el Muy Ilustre Señor Don Francisco José de Ovando,
Marqués de Ovando y Jefe de Escuadra, Mariscal de Campo, que acabado su
Gobierno en Filipinas iba de tornavuelta a España, de edad de sesenta años”.
Su cadáver tras recibir
los honores reglamentarios fue arrojado a la mar.
En su última voluntad
el Marqués aconsejaba a su familia que regresaran a Cáceres, pues unos años
antes había mandado a su hermano diez mil pesos para la compra de fincas
rusticas donde debían construir un gran palacio en el potro de Santa Clara y
cerca de la puerta de Mérida y cuyos planos adjuntaba en la carta, la casa
nunca se llegó a edificar, porque el Concejo había concedido dicho solar a otro
peticionario.
Planos enviados por Ovando. (Libro Maria del Mar Lozano) |
Pero la madre nombrada
tutora de sus hijos, José Francisco su primogénito y María Manuela, decidió
volver a Puebla de los Ángeles (Méjico).
Allí la niña fue
creciendo sana y feliz hasta convertirse en una hermosa joven. Sus encantos,
caridad y belleza junto con las riquezas heredadas, la convirtieron en la
pretendida de muchos galanes. Y llegó la hora de casarse y de entre sus
pretendientes eligió uno guiada por su corazón.
Con el beneplácito de
su hermano mayor y de su amada madre se dispuso la fecha para tan ilustre
celebración. Todo era un alborozo en la casa de la novia, se confeccionaron las
invitaciones, las galas que vestirían, las vituallas que comerían y la música
que sonaría en la velada. Pero dos semanas antes del enlace, el novio de
repente extrañamente enfermo, falleciendo en cama días después.
La tristeza inundó el
corazón de la prometida, suerte o destino, un duelo cubrió la casa, mas con la
ayuda del tiempo la joven fue recobrando la alegría de antaño.
Pronto surgieron nuevos
pretendientes, el amor volvió a renacer en el corazón de María Manuela, y el
aristócrata agraciado solicitó su mano siéndole concedida. Volvieron los
preparativos de boda, invitaciones, vestidos, vituallas y se dispuso el templo
nupcial.
En la fecha señalada a
la hora indicada y en la iglesia concertada, esperaba la novia junto a su
madre, hermano, parientes y amigos, a su engalanado prometido. De pronto,
procedente de las escaleras se escucha un estrepitoso golpe seguido de
algarabías y numerosos gritos.
“Cielo
santo está muerto, está muerto.” - Se oye. - “Que desgracia mas grande.”
Todo el mundo acudió al
lugar de los hechos, allí inerte al final de la escalera yacía el novio. Según
contaban sus acompañantes, cuando iba por las escaleras cayó desplomado
súbitamente y al instante falleció.
Nadie daba explicación
alguna a tal excepcional suceso, la tragedia y el infortunio volvió a la
familia. María Manuela se encerró en sí misma, el llanto y en el dolor llenaba
su vida, su felicidad se había vuelto a truncar en las vísperas de su boda.
Puebla de los Ángeles, Méjico 1811 (F.I.) |
Y la vida transcurrió,
mas al añadido de su tristeza por sus frustradas bodas, tuvo que soportar
penurias y maltrato, por parte de su padrastro, pues su madre se había vuelto a
casar con el Conde de Salinas, hombre cruel, derrochador y desconsiderado, que dilapidaba
su patrimonio. Día tras día su amargura
se iba acrecentando, una tarde un Oidor de la Audiencia de Méjico que solía
visitar asiduamente Puebla de los Ángeles, el licenciado Becerra, se fijó en
ella y al cabo de un tiempo solicitó su mano. María Manuela, sin amor pero deseosa de salir de aquel
infierno en que vivía en casa de su padrastro, pues su madre ya había
fallecido, aceptó la propuesta matrimonial.
Y por tercera vez, con
una boda menos ostentosa y austera, María Manuel llegó altar, y por fin las
nupcias se celebraron, María Manuela se
casó. Pero nuevamente el azar o la mala suerte quisieron que el licenciado
Becerra a las pocas semanas muriese.
En el entierro de su
esposo María Manuela se encuentra con una anciana que había trabajado al servicio de sus padres
cuando ella nació y le relata la olvidaba promesa que realizó su padre:
“Hija
mía esto que te sucede es castigo del Señor, la desgracia te acompaña por incumplir
la promesa que tu padre hizo ante el Señor y Nuestra Señora del Buen Fin, a los
pocos meses de tu nacer. Cumplir debieras tal promesa y profesar su amor solo
debes.”
Y así conociendo la
causa de su infortunio sufrido en la vida y cumpliendo por fin la promesa,
María Manuela de Ovando y Rivadeneyra entra a servir en el convento de
Dominicas Recoletas de Santa Rosa en Puebla de los Ángeles (Méjico), sirviendo
por muchos años con grandes virtudes y perfecciones a la comunidad religiosa. Hasta
que el 29 de septiembre de 1790 moría bajo el nombre de sor María Manuela
Bárbara del Santísimo Sacramento.
Interior del Convento de Santa Rosa, Puebla de los Ángeles (C.V.C.) |
Desde entonces a través
de los Padres Misioneros unida a la historia de la Casa del Sol es conocida la
calle como el Callejón de la Monja.
Más leyendas son y así te las he contado, gracias y hasta la próxima-
Escrito
por: Jesús Sierra
Fuentes:
-“Ayuntamiento y familia cacerense”, Publio Hurtado.
-“Nobiliario de Extremadura”, Adolfo Barredo de
Valenzuela, Ampelio Alonso de Cadenas y
López.
-“Revista de Historia Naval”, año 2005, José María
Silos Rodríguez.
-“La casa de Ovando”, José Miguel de
Mayoralgo y
Lodo.
-“Proyecto
de un palacio en el Cáceres del s. XVIII
que no se llegó a construir.”
María del Mar Lozano
Bartolozzi.
Què buena historia y qué buen trabajo de investigación haces. Grande como tú
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