sábado, 19 de enero de 2013

La leyenda de María "la viuda."



       En una de las sierras próxima a la ciudad de Cáceres, cerca del pueblo de Alcuescar, en sus montañas habitaba un enigmático y misteriosos personaje, los pocos que habían logrado verlo, decian que vestia con arapos y pieles mal curtidas, su barba era profusa y enredada, y su tez morena por el sol y el viento.

Paisaje con ermitaño. Museo del Prado.

            Según contaban los campesinos que frecuentaban la sierra, al atardecer, procedente de la abrupta y casi inaccesible cueva donde moraba el solitario personaje, se escuchaban gritos y lamentos estremecedores, fruto de la férrea disciplina a la que se sometía, mas parecían lamentos de almas penitentes suplicando misericordia, que suspiros humanos, hasta el punto que muchos de esos campesinos al oirlas raudos se apresuraban a encerrarse en sus casas, a cal y canto.

            La vida del anacoreta trancurría placidamente entre penitencias y oraciones, y su fama de santo hombre, bien conocida en los alrededores, le bastaba para que a través de las limosnas y de la propia naturaleza consiguiera todo lo necesario para alimentarse. Entre penitencia y oraciones, contaban que solía entablar conversaciones con el Señor, y una de esas conversaciones quiso conocer de palabras del Señor, la suerte que correría su perturbada alma, cuando le llegara la hora abandonar su doliente cuerpo.

            “Dios, mi señor, vos que conoceis bien mi dedicación y obra a tu causa, que sois la razón de mi existencia, podríais decirme; ¿que suerte le espera a mi alma despues de abandonar mi cuerpo?”

             Y Dios le respondió: “A tu alma le espera el mismo sino, que al alma de una mujer que vive en una ciudad muy cercana, y que la conocen como María la viuda. Ambas almas unidas están en destino.”

             El asceta movido por la curiosidad de saber como sería esa mujer a quien su alma estaba ligada, recorrió los pueblos cercanos, preguntando a sus habitantes por María “la viuda”, pero nadie la conocía ni sabían de ella, hasta que llegó a la ciudad de Cáceres. Allí se dirigió a la casa de un clerigo, que preguntando a la entrada de la ciudad le había indicado su morada, y creyendo que era quien mas podría saber de los feligreses de dicha ciudad y de tan insigne mujer, llamó a su puerta.

            “Decidme, ¿en que os puedo ayudar?” –Dijo el clerigo que abrió la puerta.

            “Hermano desde las montaña vengo en misión de Dios, tu que conoces a los parroquianos de esta villa, ¿dime si aquí habita una mujer a la cual llaman María la viuda?”

            “Aquí habita, dime, ¿Qué quieres de ella?”

            “Alabado sea el señor, Hermano dime donde vive, deseo hablar con tan santa mujer e imitar sus obras y virtudes hacia el señor para ganar el cielo.” Respondió el asceta.

            El clerigo que había oido hablar del ermitaño de la sierra de Alcuescar y conocía de sus humildades, penitencias y milagros, le habló:

            “Debes estar equivocado, hermano pues no hay nadie por estas tierras mas santo que tú, esa mujer por quien preguntas, ha dado mucho de hablar por aquí pero no por su santidad, si no por sus deshonestidades. Es un alma perdida de Dios, no debes ir a verla.”

             “No puede ser, fue Dios quien me habló de ella, y él no está equivocado. Por favor indicame el camino hacia su casa, debo verla.”

Calle Tiendas, Cáceres.
     
         El anacoreta se dirigió a la casa de María “la viuda” y a su puerta llamó:

            Una mujer de edad avanzada abrió la puerta.

¿Eres tu aquella que llaman María la viuda? Habló el ermitaño.

“Asi es, y vos, ¿Qué quereis?”

“Desde las montañas de la sierra de Alcuescar, vengo para veros y hablar con vos, es el Señor quien me envia y te ruego que me des alojamiento por esta noche, en tu casa.”

María, que tambien habia oido hablar del santo que habitaba por aquellas tierras, le dejó entrar y arrodillada a sus pies le dijo:

“¿Por qué tanta honra para una pecadora? Un santo varon como vos os mereceis pasar la noche en un de los majestuosos palacios de la villa, y no en una casa de una pecadora como yo.”

“María, es el señor quien me ha enviado, y es a él, al que ofenderíais si no me dierais alojamiento en tu casa.”  

            Y así lo hizo, María le acomodó en una de las habitaciones de la lujosa casa en que vivía, muy alejado de la vida de pobreza y santidad que el ermitaño había elegido.

            A la mañana siguiente, María, se apresuró a hablar con el ermitaño.

            “Santo varón, creo que Dios os ha enviado aquí para poder desahogar mi conciencia en vos, humildemente os pido que me escucheis, debo contaros un secreto que debeis guardar y no denunciar ante la justicia, acompañadme.”

Interior de casa en el casco histórico, Cáceres.

             El ermitaño acompañó a María hacia otra de las habitaciones igual de lujosa de la casa. María portaba en su manos una bandeja en la cual habia leche, un trozo de queso y pan. Al entrar la deposito sobre una mesa.

            “Puedes salir” -Dijo María.- Y de entre la sombra salió un hombre.

            “¿Quién es este hombre y porqué lo ocultais aquí ?” Extrañado dijo el ermitaño.

            Y María entre sollozos empezó a relatarle la historia de aquel hombre que escondía.

            “Este pobre hombre es un perseguido de la justicia y aquí lleva refugiado bajo mi amparo veinte años ya, este hombre es el asesino de mi unico hijo.”

            “¡El asesino de tu hijo!” -Dijo el ermitaño.- “¿Y le escondeis en vuestra casa?”

            “ Así es, santo varón, los dos fueron muy amigos de niños, ya en su juventud siempre iban  juntos, como hermanos, pero un día en una disputa, por motivos que ya olvidé y no quiero recordar, se echaron mano a las navajas y la desgracia quiso que diera muerte a su mejor amigo, mi hijo. Perseguido por la justicia quiso el Señor que viniera a mi casa y contándome lo sucedido, me compadecí de su desgracia, que era la mía también, y no pudiendo remediar ya la perdida de mi hijo, aquí le di refugio y cobijo. Y así cada día, desde hace veinte años, ofrezco este sacrificio al Señor, para que me perdone por mis muchos pecados.”

            El ermitaño, ante tal magnánima acción, dijo:

            “ En verdad pues tu sacrificio es mas que humano, renovando todos los días tu dolor y tu perdón, gran caridad y humildad posees, y por eso Dios me ha enviado a ti,  ante tan desprendido acto mi penitencia ante el Señor es pequeña y me llena de satisfación y honra que nuestras almas corran el mismo destino.”


            Y así, alabando al Señor y dando por bien su destino, volvió el ermitaño a su montaña, hasta el fin de sus días.


Más leyendas son y así te las he contado, gracias y hasta la próxima.



Escrito por: Jesús Sierra

Fuentes: “Leyendas Extremeñas”, José Sendín Blázquez

               “María la Viuda”, Eduardo Marquina

3 comentarios:

  1. Eres el mejor!! Vaya historia buena!!!

    ResponderEliminar
  2. Esta historia me ha dejado un poco intrigada, pues en mi vida la había escuchado, pobre señora y pobre clérigo si en verdad Dios existiera cuantas almas tendría que predonar buuuu besito.

    ResponderEliminar
  3. tiene un parecido a la historia de Lola la meretriz, es bonita un abrazo amigo

    ResponderEliminar