Escudos de los Caballeros de Montegaudio (F.I.) |
En uno de los márgenes del rio Tajo, entre madroñeras, encinas, acebuches, jaras y zarzas, podemos contemplar los restos del castillo extremeño más inexpugnable de su época, el castillo de Monfragüe.
Majestuoso y desafiante,
el también conocido como castillo de Monsfragorum, Monfrac, Montefragoso o
Al-Monfrag por los cronistas árabes, estaba formado por dos recintos alargados
defendidos por fuertes lienzos, recias barbacanas, cinco torres almenadas y una
majestuosa torre del homenaje, y su función era la de vigilar y defender el paso
por el rio Tajo, ruta de gran importancia geográfica.
Monfrague desde el castillo (Jörn Wendland) |
Tras sus amenazadoras murallas fue enclave de revueltas, razias, sublevaciones, y de heroicas y sangrientas batallas, pues fue a lo largo de sus siglos de existencia desde la edad del Bronce, asentamiento de iberos, romanos, visigodos, árabes y cristianos, hasta llegar a ser en el siglo XII cuna y sede de la Orden Militar de Monsfrac.
Hay alguna controversia
de donde y cuando nació la Orden Militar de Montegaudio (llamada también Monfrag
en León, de Alfambra o del Hospital del Santo Redentor en Aragón y de Montgoja
en Cataluña y Levante), unos defienden su nacimiento en Jerusalén entre la II
cruzada y el año 1180, mientras que
otros sitúan su fundación en Monfragüe en 1173. Lo que sí está demostrado es
que su fundador y Primer Maestre, fue don Rodrigo Álvarez, III Conde de Sarria,
y que se convirtió en la primera orden militar hispánica que combatió en Tierra
Santa.
Don Rodrigo era hijo de don Álvaro Rodríguez, II Conde de Sarria, perteneciente a la alta nobleza que contaba con un gran prestigio y consideración en la corte, y de la infanta portuguesa doña Sancha Fernández. Con sangre de reyes en sus venas, fue don Rodrigo un caballero aguerrido y osado, forjado en asedios y batallas, pronto se ganó una gran reputación entre la nobleza leonesa y el honor de su monarca, Fernando II, que le concedió tantos cargos y privilegios como los que había disfrutado su padre en vida.
Y fue ese temperamento
como caballero el que le impulsó a emprender la aventura que cambiaría su vida,
las cruzadas. Se alistó en el año 1147 en las huestes de la II Cruzada
convocada tras la caída en 1144 en manos turcas del condado de Edesa, el primer
estado franco en Oriente Medio. Dirigida por los reyes Luis VII de Francia y
Conrado III de Alemania, con el apoyo de un gran número de príncipes, nobles y
señores europeos, como Reinaldo de Châtillon, no solo era una cruzada de
conquista, sino también de peregrinación hacia Tierra Santa, Jerusalén.
En 1148, tras la perdida
el camino de números caballeros por la dureza del clima, de los terrenos
baldíos de Asia y sobretodo en los enfrentamientos contra las tropas turcas,
los cruzados por fin llegan a Jerusalén, y deciden conquistar un objetivo mayor
que Edesa, el estado independiente de Damasco, ataque que rompería el
equilibrio de la zona, siendo el comienzo de la caída de los estados cristianos
en Oriente.
Tras una semana de infructuoso
asedio a la ciudad fortificada de Damasco, los ejércitos franceses y alemanes, doblegados
y mermados, se ven obligados a levantar el sitio y retirarse a Jerusalén,
dispersándose las tropas poco después. La proclamada II Cruzada había
fracasado, y aquellos que habían sobrevivido al duro peregrinaje y a las
batallas, regresaron a casa sin gloria de conquistas ni riquezas.
Pero no fue el caso de
nuestro protagonista, don Rodrigo, que lejos de abandonar sus ideales cruzados,
ofreció sus servicios en Tierra Santa al rey de Jerusalén Balduino III, que junto
con otros aguerridos caballeros españoles probó su valía, destreza y valor protegiendo
y socorriendo a los peregrinos en los caminos, defendiendo los territorios
conquistados y curtiéndose en batallas contra los infieles junto a los freires templarios,
ganándose el título de Paladín de la Fe.
Convenció entonces el
español al rey Balduino para crear una nueva orden militar que defendiera y
socorriera Jerusalén, solicitando la majestuosa atalaya de Monte Gaudio o Monte
del Gozo, para sede de la nueva orden, deseo que le fue concedido creando la
Orden Militar de Caballeros de Santa María de Montegaudio.
Caballero de Montegaudio (F.I.) |
Vestían aquellos caballeros túnica blanca hasta las rodillas, y por emblema una cruz mitad encarnada (roja) y mitad Blanca en forma de estrella octógona o roja entera, estaban bajo la advocación de la Virgen Nuestra Señora de Monte Gaudio y de la regla cisterciense, siendo su Primer Maestre don Rodrigo.
Muchas y grandes proezas realizaron
la Orden de Montegaudio en Tierra Santa, recibiendo en compensación tierras por
parte del rey Balduino, que les cedió Teonasaba, de Reinaldo de Châtillon, que
les otorga tierras en el este, de Guido de Luisignan y Sibila, la Torre de las
Doncellas, la Ciudad de Ascalón y el Palmar.
Don Rodrigo regresó a España,
pero no abandonó sus ideales de lucha contra los infieles. Con su bien ganada reputación
de caballero y su experiencia en batallas, fue pronto reclamado por el rey
leones Fernando II para encabezar junto a él la reconquista.
En 1169 don Rodrigo se
hallaba acompañando al monarca en la toma de Badajoz, y un año más tarde
formaría parte de los nobles que se agruparon en Cáceres para fundar los Frates
de Cáceres, origen de la Orden de Santiago (ver en este blog “La leyenda de los
40 frates de Cáceres”), cuyo finalidad era la de combatir contra los sarracenos
que llegaban de África.
El primer Maestre de la
nacida Orden de los Frates de Cáceres fue don Pedro Fernández de Fuentencalada,
mientras que por su curtida trayectoria don Rodrigo fue nombrado Comendador
Mayor. El apoyo de Fernando II, a la orden fue decisivo, entregándole además de
la mencionada Cáceres, el castillo de Monfragüe, cedido por el derrotado
Geraldo Sem Pavor a cambio de su libertad. También tenía don Rodrigo el favor
del rey portugués don Alfonso, que les entregaría en los años 1172 y 1173 los
castillos de Monsanto y Abrantes, con la expresa condición “…que los había de poseer el Comendador Mayor de la misma, Don Rodrigo de
Sarria y no otro alguno…”
Pero don Rodrigo no
permanecería mucho más tiempo como Comendador Mayor de Santiago, pues tenía un
objetivo que no había olvidado, el de traer la Orden de Montegaudio, que el
mismo había creado en Jerusalén (otros autores creen que primero se fundó en
Monfragüe, como he indicado), a tierras españolas para seguir con su cruzada
contra la morisma.
Así en el año 1173 solicitó autorización a su
amigo el Cardenal Jacinto; amistad que se ganó cuando años antes le había acompañado
y ayudado a su llegada a España encabezando la comitiva enviada por el Papa
Alejandro III; en dicha misiva le solicitaba la aprobación para dejar sus
cargos y el hábito de la Orden de Santiago y volver a reagrupar en tierras
leonesas a los antiguos miembros de su hermandad, voluntad que le fue concedida
por Bula Papal pasando a ser nuevamente Maestre de la Orden de Montegaudio. Además
de “la facultad para recibir en su Orden
a los Bravazones y Vascos que estaban excomulgados y entredichos, siempre que
recibieran la absolución de sus prelados y no hubiesen profesado en otra
Orden.”
En el año 1180 los
estatutos de la Orden de Montegaudio son confirmados por bula papal por Alejandro
III, rigiéndose bajo la regla cisterciense.
Hay constancia que don
Rodrigo volvió a peregrinar a Jerusalén en los años 1175 y 1180, y quizás fuera
por aquellas fechas antes de la caída de Jerusalén, cuando trajo consigo la muy
venerable imagen de Nuestra Señora de Monte Gaudio, que presidia la casa matriz
de la Orden, a la cual le tenía mucha fe y gran devoción, o la trajeran los
caballeros supervivientes a la batalla de los Cuernos de Hattin, en la cual
pudieron participar.
Pero antes de continuar, conozcamos
un poco la historia de los últimos años de los estados cruzados.
El rey de Jerusalén Balduino
IV, “el rey leproso”; que debido a lo contagioso de su enfermedad ocultaba su
rostro bajo una máscara de plata, iba siempre totalmente cubierto, con guantes,
túnicas y tocados; era pese a todo un rey sabio e inteligente, que se había ganado
el respeto de sus tropas al dirigir siempre el mismo los ejércitos en las batallas.
Durante su reinado mantuvo el equilibrio en una zona conflictiva entre
religiones, y aun que tuvo que batallar contra Saladino en diversas ocasiones,
debido sobre todo a las provocaciones del templario francés Reinaldo de
Châtillon y del flamenco Gerardo de Ridefort, Primer Maestre de los templarios,
Saladino lo respetaba y por ello logró mantener una tregua duradera.
Y precisamente fueron los
actos de Reinaldo de Châtillon, Príncipe de Antioquia por casamiento y
caballero templario; hombre despreciable y sangriento que se dedicaba a asaltar
y masacrar poblaciones y caravanas tanto de cristianos como de musulmanes;
junto a los continuos hostigamientos de Gerardo de Ridefort, Primer Maestre de
los templarios, de conducta arrogante y despreciativa, ambicioso y vanidoso,
quienes llevarían a la cristiandad al desastre.
A la muerte sin
descendencia de Balduino IV en el 1185, sube al trono de Jerusalén su sobrino
menor de edad Balduino V, que moría, se cree que envenenado, al año de su
reinado. Le sucede su madre Sibila, Condesa de Jaffa y Ascalón y hermana de
Balduino IV, casada en segundas nupcias con Guido de Luisegnan, personaje débil
de voluntad y manejable por los templarios, al cual corona como rey.
Gui de Lusignan ,Sibylla, ab Heraclio coronata, adstante Gerardo de Ridefort magistro Templi, |
En 1187 sucede la catástrofe
de los cuernos de Hattin, Guido aconsejado por el Primer Maestre templario dirigió
todas sus tropas hacia los Cuernos de Hattin, donde les esperaban estratégicamente
preparadas las tropas de Saladino. Los ejércitos templarios, hospitalarios y
quizás algunos de otras órdenes menores como los caballeros de San Lázaro o los
de Motegaudio, allí donde Jesús dio el sermón de la Montaña, fueron aniquilados
por las huestes sarracenas. Saladino no solo derrotó a los cruzados, también se
apoderó del Lignum Crucis que los templarios siempre llevan a la batalla y capturó
al rey de Jerusalén Guido y a Reinaldo de Châtillon, al que el mismo decapitó
por sus crueles actos.
Tras la batalla, Saladino
se dirigió hacia el reino de Jerusalén que capituló para evitar una masacre,
fue el principio del fin de las órdenes militares en tierra Santa.
Ya en España, la Virgen
de Monte Gaudio fue colocada en la pequeña ermita del castillo de Monfragüe,
que había sido cedido en el año 1172 por la Orden de Santiago a la de
Montegaudio, para establecer allí la casa principal. Unos autores creen que la
pequeña Virgen entronizada que aún se conserva es la original traída de
Palestina, otros que es una copia gótica con el añadido del niño y que la
original se perdió en los muchos avatares que sufrió el castillo.
No se sabe mucho de
quienes fueron los primeros freires de la orden en Palestina, ni de los
supervivientes que llegaron a España, aparte del propio don Rodrigo y de quizás
de su siempre fiel acompañante don Rodrigo González, (alférez del rey Fernando
II de León en los años 1170 y 1171) lugarteniente o Comendador Mayor de
Monteguadio, que tras la muerte de don Rodrigo se encargó de los devenires de
la orden, pero sí tenemos algunos nombres de los nobles que se le unieron aquí
y permanecieron hasta el final. Juan García, Velasco Ortiz, Pedro Ximenez,
Munio Fernández o García Garcés, fueron algunos.
Aquel reducido número de
freires de Monsfrag fueron poco a poco creciendo y ganando prestigio y poder, gracias
a que los reyes reinantes se apoyaban en ellos para mantener su autoridad y a
la ayuda que prestaban a las Órdenes de San Julián del Perero, de Calatrava y
de Santiago, con los que luchaban codo con codo, espalda contra espalda y
espadas contra cimitarras. Las villas de Nava, Linares del Rey, Santa María de
Nogales, San Juan de Agueda o Riba de Vue, estaban bajo su jurisdicción en León.
En 1174 reciben bajo
privilegio de donación firmado por Alfonso II de Aragón, la villa de Fuente de
Alfambra arrebatada a los musulmanes, en donde habían participado con honores
en su conquista, con la condición de defenderla.
Se inicia la expansión de
la Orden de Monfrag por Aragón, Barcelona y Levante con las posesiones del
castillo de Alfambra, castillo y villa de Orrios, Malvecino, Perales del Suso,
Villapardo, Escorihuela, Altabas, Alcaltrel y Miravete, Gran hazaña si tenemos
en cuenta que en aquellas tierras predominaba la Orden del Temple, bajo el
amparo de reyes, príncipes, nobles y la propia iglesia.
El prestigio que se ganó
la Orden luchando contra los sarracenos en tierras aragonesas, hizo que un gran
número de caballeros aragoneses y sobre todo extranjeros pertenecientes a
grandes linajes europeos se alistaran en sus huestes. Incluso recibe tierras en
Italia por parte del Marqués de Monferrate, el puente de Amallone en Lombardía.
Por ello don Rodrigo tuvo
que trasladar la cabeza de la Orden desde el castillo de Monfragüe al castillo
de Alfambra, donde custodiaban y veneraban un trozo de Lignum Crucis que el
Papa le había entregado en Roma a la infanta Sancha, madre de don Rodrigo, tras
su vuelta de su peregrinaje de Tierra Santa.
Pero la Orden no descuidó
sus tierras y sus obligaciones en los reinos de Castilla y León, y en el 1182, recibe
de Alfonso VIII de Castilla la villa de Villarrubia, y Fernando II les hace
donación entre otras propiedades de un coto en el valle de Neira, la mitad de
la iglesia de Ceranio, Canovia, Pusnella y San Pedro de Heremo La Orden estaba en pleno auge.
Los destinos de la Orden cambiarían
con la muerte entre 1188-1189 de su Primer Maestre y fundador don Rodrigo Álvarez.
Le sucede su lugarteniente el leonés don Rodrigo González fiel sucesor de su
ideario y disciplina, pero que le faltaba la fuerte personalidad y el carismas
que infundía el conde de Sarria en sus caballeros, circunstancia que aprovecha la
facción extranjera de la Orden, nobles influyentes, para ir ocupando los altos
cargos, desplazando a los caballeros castellanos y leoneses.
En 1194, aragoneses, franceses
e italianos eran mayoría y estaban mejor situados en las plazas de mando,
eligiendo como Prepósito de la Orden al italiano fray Gasco, comenzando un
cisma en la hermandad. La facción extranjera deseaba unirse a la Orden del
Temple, y con el cambio del Maestre se la aseguraban. La Orden del Temple no era
una hermandad hispana, compuesta y gobernada en su mayoría por extranjeros, al
unirse la Orden de Montegaudio, todos sus bienes y tierras que poseían pasarían
a ellos.
Aquella maniobra se encontró
con la férrea oposición de los caballeros fundadores castellanos y leoneses,
que liderados por don Rodrigo González, consideraban la anexión al Temple como
una traición a los estatutos e ideales de la Orden, y el comienzo de su
desaparición.
En el año 1196, otro italiano
carente de escrúpulos y honor, fray Fralmo de Luca, como Maestre de la Orden de
Montegaudio con la aquiescencia del Papa Celestino III y del rey aragonés
Alfonso II (firme defensor del Temple), renuncia a la regla cisterciense y firma
en Teruel el “vergonzoso” pacto de cesión e incorporación a la Orden del
Temple. Los auténticos y fieles caballeros gaudenses tuvieron que ver, con
rabia contenida y lágrimas en sus ojos, como sus antes hermanos entregaban al Temple,
el castillo de Alfambra “con todos sus
términos y sus ecclesias, vestimentas, calces d´argent, cruces e libros, un
lignum Crucis, los molinos y los fornos, las cabannas de ovejas, las yeguadas
de bois, los molinos de Orrios, las iglesias de Rueda, de las celadas y de
Fuentes García, y otras que ellos levantaron sobre escombros, las de Teruel,
Bisbal, Villarluengo, Burbagena y Calatayo.”
Decidieron entonces los
seguidores de don Rodrigo González, ante aquella vejación no doblegarse y
regresar al reino de León y de Castilla, donde sabedores de sus hazañas, fueron
bien acogidos y recibidos entre honores.
Su destino final fue el
castillo de Monfragüe, que aunque pertenecía a Alfonso VIII desde que en el 1180
lo reconquistara (tras la marcha de la Orden a Alfambra, había sido ocupado por
los árabes), les fue devuelto por el propio rey a don Rodrigo y sus caballeros,
estableciendo nuevamente en el castillo su sede primigenia, adoptando el título
de Caballeros de Monsfrag, corría el año 1197.
En la ermita del castillo
volvieron a colocar a su virgen, jurando los nobles caballeros ante su Señora
de Montegaudio, testigo de su fe, defender sus orígenes y sus estatutos, y
enriquecer aún más la historia de la Orden, en esta última etapa.
Pero la ahora Orden de
Monfragüe seguía sin asumir la perdida de las posesiones en Aragón, Barcelona y
Levante, continuando su pleito contra la extranjera Orden del Temple, exigiéndoles
la restitución de sus tierras y bienes como legítimos continuadores de la Orden
de Montegaudio.
Con el apoyo moral de los
reyes de león y Castilla, y el patrocinio de la Orden de Calatrava, a los que
estaban dispuestos a unirse, preferían ser segundones en una Orden española que
en una extrajera, recurrieron al Santo Padre para recuperar todo sus bienes y
solicitar su autorización para ingresar en la Orden de Calatrava, también bajo
la regla del cister. Accedió en un principio su Santidad a la anexión de la
Orden de Monfrag junto con sus posesiones castellanas y leonesas, pero el
Maestre Templario se opuso a tal unión exigiendo además aquellas encomiendas.
Continuaron los
caballeros de Monfragüe custodiando la vía norte-sur del Tajo para el paso de
las tropas cristianas, acudiendo siempre allí donde se les solicitaba, apoyaban
a los ejércitos cristianos en su conquista y protección de los territorios,
colaboraban con la Orden de Santiago, con los Frates Trujillenses, y sobre todo
con la Orden de Calatrava, supliendo su escaso número y recursos en las
batallas, por la valentía y la disciplina en la lucha.
Por sus acciones
recibieron en el 1198 las salinas de Salamanca, y otros bienes, y dos años más
tarde cambian al monarca Alfonso VIII, Garzón y otras heredades, la villa de
Segura (en la sierra de Cabrera).
El Papa, no acababa de
tomar una decisión, y ante el aumento de las hostilidades entre los de
Calatrava, los de Monsfrag y los Templarios, nombra como su representante en
España para dirimir el conflicto a los obispos de Zamora, y de Osma, y al abad de
Veruela, pero la parcialidad manifiesta de estos en beneficio de los Templarios
se verá reflejada en sus decisiones que por bula papal del año 1206, reiteran
que debían respetarse los acuerdos firmados por Fray Fralmo con la Orden del
Temple.
Volvió a insistir en el
año 1215 el Maestre de Calatrava ante Roma, en representación de los de
Monfragüe, pero el Papa Inocencio III confirmó que los castillos, haciendas,
iglesias y bienes que poseían en Aragón, Barcelona y Levante los caballeros de
Monfragüe debían pasar a la Orden del Temple, quedándose únicamente los de
Monfragüe con las posesiones y bienes que tenían en León y Castilla y los que
pudiera obtener en campaña sucesivas.
En 1216 reciben una heredad
en Magán (Toledo), y en el 1218 son herederos únicos de los bienes y tierras de
Domingo Beatriz y su mujer doña Enebra.
A pesar de estas
donaciones, la Orden luchaba por subsistir en su antiguo territorio, pero el auge
y el predominio de las Órdenes de Santiago, Calatrava y Alcántara, donde
militaban las familias de más linajes de León y Castilla, se plasmaba en una
escasa incorporación a la de Monsfrag.
Sello de Reginald de Chatillon (F.I.) |
En el año 1221, el rey Fernando III decide por bula apostólica entregar a la Orden de Calatrava el castillo de Monfragüe y cuantos bienes tuvieran: “…habiendo perdido esta Orden de Montfrag en lo sucesivo mucho esplendor y disminuyéndose más y más el número de sus caballeros, San Fernando, para no dejarla extinguir enteramente, la incorporación a la de Calatrava…”
Pero como antaño, no
todos los caballeros aceptaron la obligada fusión, atrincherándose algunos en
sus encomiendas y solicitando unirse a los Templarios, pero la presión del
monarca y de la Orden de Calatrava les obligaron a capitular y entregar las
plazas.
Así tras 48 años, si
situamos la fecha de su fundación en el año 1173, y 73 si es durante la II
Cruzada, se puso fin a una Orden que en su corta vida, llegó a tener posesiones
en Palestina, Italia, Aragón, Barcelona, Levante, Castilla, y en León, que
obtuvo grandes triunfos militares, que contó con el apoyo de reyes, sufrió
luchas internas y terminó anexionándose a dos Órdenes Militares mayores, aquella
legendaria y ejemplar hermandad era la Orden de Caballeros de Montegaudio o de
Monfragüe.
Gracias y hasta la próxima.
Escrito
por: Jesús Sierra Bolaños
Fuentes
Consultadas:
-“La
Orden de Caballeros de Monsfrag” Gervasio Velo y Nieto.
-“Bosquejo
histórico de la Orden de Monte Gaudio.” Ángel Blázquez y Jiménez.
-“Diffiniciones
de la orden y cavalleria de Calatrava conforme al capítulo general.”
-“Jerusalén”
Thomas A. Idinopulos.
-“La
desaparecida Orden de Caballeros de Monfragüe.” Miguel Muñoz de San Pedro.
-“Imaginería
medieval extremeña.” Florencio J. García Mogollón.
-“Vida
del venerable fundador de la orden de Santiago…” Joseph
Lopez Agurleta.
-“The Order of Mountjoy” A,
Forey.
-“Las
órdenes militares hispánicas en la Edad Media (siglos XII-XV)” Carlos de Ayala Martínez.
-“De
las Órdenes Militares; de sus principios, gouierno, priulegios, obligaciones.” Andrés
Mendo
-“El
castillo de Monfragüe y la Orden de Montegaudio” P.J. Lavado Paradinas.
-“The Military Orders. From
the twelfth to early fourteenth centuries.” A. Forey
Pedazo de investigación has hecho! Maravilloso trabajo
ResponderEliminarQuizás pueda interesarle el libro "Alfambra en la Edad Media y Moderna", Editorial Muñoz Moya, 2015, con contenidos inéditos sobre la Orden de Monte Gaudio
EliminarMuchas gracias por el aporte, me encantará leerlo
EliminarUn trabajo impresionante y muy completo. Me has desvelado aspectos de la Orden de Montegaudio que desconocía. Tal vez, la orden hispánica más internacional. Ánimo y a seguir así de bien.
ResponderEliminarMuchas gracias Juan, por tus palabras.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMuchas gracias por el artículo, me ha servido para eliminar algunas dudas.
ResponderEliminarIncreíble leo y escucho podcasts sobre templarios y la verdad no había oído nunca hablar de esta orden, gracias por compartir la historia.
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