Retrato de mujer (F.I.) |
En
la sierra de Portezuelo en la provincia de Cáceres, al pie de un desfiladero se
alza vigilante el castillo de Portezuelo. Erigido por los árabes en el siglo X
a.C. cerraba el paso por el valle del Tajo a las incursiones de las tropas de
reconquista leonesas, cubriendo uno de los flancos de la calzada romana de la
Dacia, junto a los castillos de Alconetar, Coria y Milana, con los que se
comunicaba mediante las hogueras en sus almenas.
Pero
los oriundos de la villa de Portezuelo (Cáceres) lo conocen con el nombre del
castillo de Marmionda, y para conocer el porqué, tenemos que remontarnos a la
época del desmembramiento del califato de Córdoba en pequeños reinos taifas. En
aquellos tiempos el alcaide musulmán que regia el castillo era conocido en todo
el territorio por la inigualable belleza de su hija, cuyo nombre era Marmionda.
Además de su extremada belleza, la joven era el orgullo de su padre por sus
virtudes y bondades.
En
una de las frecuentes incursiones fugaces de saqueo y rapiña en tierras del
enemigo por parte del alcaide del castillo (eran común tanto en el bando musulmán,
como en el cristiano), se topan con una partida de soldados leoneses y
extremeños que por un cumulo de circunstancia se hallaba perdida. Tras una
breve y desigual batalla, por ser el ejército musulmán superior en número, el capitán
que mandaba las huestes cristiana manda rendir armas.
“Hermanos, arrojas vuestras espadas y
ballestas a tierra, rendirnos debemos y presos ahora somos.”
Apresados, son
conducidos al castillo de Portezuelo donde son encerrados en sus mazmorras,
hasta que, como es costumbre, pagaran su rey o familiares el satisfactorio
rescate por su libertad. No tarda mucho el alcaide del castillo, en averiguar
que entre sus prisioneros se halla un noble caballero de alta alcurnia leonesa,
el cual es conducido ante su presencia.
“Veo
que sois vos quien estabais al mando de estas tropas, pues respeto y obediencia
os otorgan los de mas prisioneros. Creo que por vos conseguiré más tesoros que
por todos ellos juntos. Decidme vuestro nombre noble caballero.”
-Habló el alcaide.-
Escuchado su nombre, el
alcaide mandó mensajeros a tierras cristiana solicitando por escrito el rescate
de sus prisioneros.
-Y
tras esto dijo el caballero leones: “Y una cosa sólo os ruego, que como se trate
a mis caballeros, se me trate a mí.” Dijo el caballero leones.
“Así
se hará, pues bárbaros no somos.” –Respondía el alcaide
justo en el momento que en la sala entraba su bella hija.-
“Padre
quiero hablar con vos…, perdonadme padre, no sabía que estabais ocupado.” Dijo
al darse cuenta de la presencia del noble caballero cristiano.
Un cruce de miradas
bastó para que en ese instante, el noble cristiano quedara prendado de la
hermosura de Marmionda, y que ella le correspondiera con una dulce sonrisa y un
brillante resplandor en sus ojos.
Durante meses de espera
en la prisión, la joven sarracena aprovechaba, sobre todo en ausencia de su
padre, para visitar al prisionero caballero y corresponder a sus galanteos. Día
a día, momento a momento, entre palabras y miradas ese secreto amor fue
creciendo. Más cristiano él y mora ella, ante la realidad de un amor imposible,
ellos no se daba por vencidos. Su amor iba mas allá de religiones y clases, de
amigos y enemigos, de territorios y
destinos, su amor eran dos puros
corazones latiendo al unísono.
Y fue pasando el tiempo
hasta que, un día llega al castillo una comitiva leonesa con el dinero del
rescate solicitado, la libertad estaba próxima, mas el no la anhelaba, no sin
su joven amada. Pero debía partir hacia tierras cristianas. Triste fue la
despedida de la pareja enamorada, tras un fugaz y oculto beso, él le promete
que regresará con la espada envainada y con sus manos abiertas llenas de tesoros
para agasajar al alcaide y apelando a su corazón pedir por amor desposar a su
hija. Mas llorando queda Marmionda, y triste el abandona el castillo.
Pasaron los meses, y la
antes risueña, vital e ilusionada Marmionda, es ahora por la ausencia de su
amado caballero, una triste e indiferente mujer ante los ojos de su padre. Este,
preocupado por el estado de su amada hija, y sin saber los motivos reales de su
calvario, intenta alegrar a la joven a través de regalos y caprichos, mas nada
funcionaba y por recomendación de sus consejeros decidió que en edad casadera
ya estaba y por tanto debía elegirle un esposo digno a la altura de su amada hija.
Los más nobles
aspirantes sarracenos de la comarca llegaron para desposar a la bella
Marmionda, ella entre tanto, como no podía oponerse a la voluntad de su padre,
retrasaba su decisión mediante artimañas, una y otra vez, dando tiempo así, a
la llegada de su amado caballero cristiano. Pero el tiempo pasaba, y su padre
ante las reiteradas excusas de la hija, le eligió marido, y poniendo fecha y hora,
daba por comienzo los preparativos del enlace.
Visto que el tiempo
apremiaba, Marmionda decide enviar un emisario de su confianza al reino de León
para que carta en mano, informe a su cristiano caballero de los esponsales
decididos por su padre.
Y sin noticias algunas,
llegó el día de la boda. Todo estaba preparado, el castillo engalanado, los
festejos a punto, la comida abundante, y los invitados acudían de todos los
alrededores. Mientras, Marmionda en su cámara era atusada, peinada y vestida de
seda multicolor, pero sus pensamientos y su mira estaban perdidos en la lejanía
que veía a través de su ojival ventana. Para ella ya no había esperanza, sus
sueños de amor quedarían rotos, sus ilusiones desparecidas, su tristeza eterna,
ahora pasaría su vida al lado de un hombre que no amaba, alejada de su
castillo, de su padre, y sobre todo de su único amor.
Castillo de Marmionda o de Portezuelo, Cáceres, (F.I.) |
Pero en ese momento, en
el horizonte divisó una nube de polvo, su corazón comenzó a latir
frenéticamente, ¿sería su amado que venía a reclamar su amor?
El cuerno de aviso de
peligro resonó en el castillo, los vigías habían divisado jinetes cristianos dirigiéndose rápidamente hacia el
castillo. El pánico se apodero del recinto amurallado. Entre el alboroto de
sorpresa y miedo, los gritos de los capitanes sarracenos se escuchaban por las almenas
y murallas del castillo.
“¡A
las armas, a las armas! Nos atacan, cerrar las puertas, defender las almenas.”
Antes de llegar al
alcance de sus arqueros, las tropas cristianas se detienen, y ante el asombro
de los defensores, dos jinetes junto a un abanderado con el emblema leonés, se
acercan al paso pidiendo parlamento.
“Parlamento,
parlamento” – Vocifera el abanderado.
Desde la ventana de sus
aposentos, la joven Marmionda enseguida reconoce a su amado caballero entre los
jinetes que se acercan, la sonrisa vuelve a su cara, fiel a su palabra el
caballero cristiano había vuelto a por ella.
Las puertas de castillo
se abren, y tras ella a caballo sale el alcaide junto a uno de sus capitanes y
su abanderado al encuentro de la avanzadilla cristiana. Al acercarse el alcaide
reconoce a uno de los caballeros, es su antiguo prisionero.
“Como
osáis presentaros armados a tan insigne ceremonia, sin que tan siquiera estabais
invitados, que pretendéis interrumpiendo así el enlace de mi hija.”
-Dijo indignado el alcaide.-
“Mi
señor, en los meses que pasé preso en sus mazmorras quedé prendado de amor de
su hija Marmionda, de la cual dulcemente correspondido. Os ruego que paréis
este enlace desdichado, y me entreguéis su mano a mí en sagrado matrimonio, yo
colmaré de amor y riquezas…” –Hablaba el capitán cristiano
cuando es interrumpido por el alcaide.-
“Pero
como pudo ser, y a mis espaldas. Mentís bellaco, mentís. Como os atrevéis,
jamás entregaré la mano de mi hija a un perro cristiano.”
–Y tras estas palabras el alcaide dio por concluida la reunión, y al galope se
dirigió hacia su castillo.-
Pintura de la epoca por J.J. Dassy. (F.I.) |
El capitán leonés, que había
jurado reunirse con su amada, ante aquella beligerante actitud, decide que si
no es por las buenas, será por las malas, y reúne a sus jinetes en formación de
ataque. Ante la sorpresa y estupor del alcaide ya al frente de sus tropas, pues
nuevamente les superaban en número, manda atacar la fortaleza.
La lucha es
encarnizada, brazos, cabezas y cuerpos es esparcen por igual por la tierra, cubierta
ahora de un rojo sangre. Mientras la bella Marmionda, observa el devenir de la
batalla con el corazón dividido, tiene sus ojos puestos en valiente caballero que
entre mandoble y mandoble se va acercando al castillo. Sufre y llora, la bella Marmionda,
mas por miedo que por amor.
En el fragor de la contienda,
la joven ve como su amado caballero es abatido de su caballo por un golpe de
cimitarra, el caballero yace ahora en el suelo rodeado de sangre. Quieto, inmóvil,
pasan los minutos, y la bella Marmionda, creyéndole muerto, destrozada y sin razón
ya para su existencia, se arroja desde su ojival ventana al vacio, estrellándose
su dulce cuerpo sobre las escarchadas rocas que cimientan el castillo.
Castillo de Portezuelo, Cáceres (F.I.) |
En ese preciso
instante, el amado caballero recobra el conocimiento perdido tras interminables
minutos, por el brutal golpe dado en su cabeza tras ser apeado del caballo,
pero ya es demasiado tarde, un brutal grito de dolor resuena en todo el
castillo, al ver el cuerpo de su amada yacer destrozado entre los riscos.
¡“No, no, mi dulce bella Marmionda! ¡No, no!”
Presa de la ira, la
pena y la locura, el capitán cristiano, arroja su espada y raudo comienza a
escalar uno de los riscos más elevados que protegen el castillo y una vez en lo
más alto de su cima, tras santiguarse, se arroja también al vacio, y rebotando
de peña en peña su cadáver mutilado va a parar, fruto del destino junto al de
su amada y bella Marmionda, donde quiso Dios o Alá, que sus manos se
entrelazaran como símbolo de su amor más puro.
Más leyendas son y así
te las he contado. Gracias y hasta la próxima.
Escrito
por: Jesús Sierra Bolaños
Fuentes
consultadas: -“Castillos de
Extremadura.”
Gervasio Velo Nieto
-“Leyendas
Extremeñas.” José Sendín
Blázquez
Leerte es una delicia. Maravillosa historia.
ResponderEliminar¡Oh lo que puede el amor la fuerza que tiene,o que tenía muy buena como siempre, buen trabajo.
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