Arco del Cristo o Puerta del Rio, en Cáceres. |
En 1485, procedente de
Sevilla llegan a caballo a la Villa de Cáceres emisarios de los Reyes
Católicos:
“Paso
a las tropas reales, traemos órdenes de Doña Isabel y Don Fernando, rey e reina de Castilla y de León, para el Concejo de esta Villa,
paso.”-Se escuchan por las calles de la Villa.-
Los emisarios son conducidos ante el regidor
de la Villa, al cual le hacen entrega de la misiva real, en ella, los Reyes
ordenan el reclutamiento de una leva para la campaña contra el Reino de Granada. El regidor reúne de inmediato al concejo y es
leída la carta ante todos:
“Don
Fernando y Doña Isabel, por la gracia de Dios rey e reina de Castilla, de León, de Aragón, de Sicilia,
de Toledo… mandamos el llamamiento y reclutamiento de gentes de armas en esta buena
y noble Villa de Cáceres y sus tierras, para integrar las huestes que luchan
contra el Reino de Granada. Por ello esta villa debe aportar 670 hombres, de los cuales 70 serán hombres a
caballo, 200 peones ballesteros y 400 peones lanceros, al mando de las cuales
irá el corregidor con el pendón de la Villa. Así mismo, todos deben ir bien
equipados y la tropa pagada por 30 días, al término de dicho tiempo recibirá sus
soldadas correspondientes en el campamento…
Y por la presente carta dada en la Villa de Sevilla a treinta y un días
del mes de julio año de nacimiento de nuestro Señor Jesucristo de 1485 años,
así lo confirmamos y lo aprobamos, quedando sellada con nuestro sello de plomo
e hilos de seda de colores...”
El regidor antes de la
partida de la milicia, celebra en su palacio, como es buena costumbre, una
velada para que el concejo y los familiares se despidan de los caballeros e hijosdalgo
que partirían al mando de Don Fernán de
Perero.
Casa de Aldana en Cáceres. |
Al palacio van llegando
paulatinamente toda la nobleza de la
Villa. En un momento de la velada, aparece Don Rodrigo de Aldana acompañado de
su esposa y su elegante y única hija Doña Inés. Todas las miradas se desvían
hacia la joven Doña Inés, la dama más bella de la Villa. Los caballeros
presentes ansían las miradas y las palabras de la bella Inés que es escoltada siempre
por su madre Doña Juana, que la alejada de cortejos furtivos.
Durante la recepción, en
un descuido de su madre, la joven aprovecha para dejar caer al suelo uno de sus
delicados guantes de seda, dos jóvenes se percatan del suceso y prestos se
disponen a recogerlo, son Don Gutierre de Saavedra y Don Fernán de Perero,
ambos prenden el guante, cada uno de un extremo. Fuertemente lo agarran y ambos
rehúsan soltarlo.
“Me
hacéis el favor noble caballero de soltar el delicado guante, que yo primero
recogí, para dárselo a tan bella y dulce dama.”
–Habló Don Fernán de Perero.-
“Creo
que soy vos quien está equivocado, pues si bien miráis yo fui el primero en
inclinarme y recogerlo, como demuestra que vos tengáis sujeto el guante por el
extremo equivocado. –Respondió altivamente Don Gutierre de
Saavedra.-
“Me
ofendéis buen señor, y de nuevo os ruego que soltéis vos el guante, que si no
es con palabras, más con hechos os lo haré soltar. Y gustoso yo despueés se lo haré
entregar a tan noble y distinguida dama.” –Dijo de nuevo Don Fernán.-
Espadas roperas. (F.I.) |
En ese momento sus
miradas se cruzan y Don Gutierre amaga con echar mano a su espada ropera,
parece que las palabras terminarán en duelo.
Ante tal escena el
regidor raudo se entromete en la discusión y con sagaz acción agarra el guante arrebatándoselo
a ambos caballeros. Presuroso se lo entrega Doña Inés:
"Aquí
tenéis Doña Inés, más tened cuidado, que lo que tan alegremente perdéis se os
puede ser devuelto teñido de noble sangre."
Más los jóvenes
caballeros no quedaron satisfechos ante dicha resolución pues ambos creyeron que
su honor se había puesto en duda. Durante toda la velada se cruzaron miradas y
reproches. Ya, al término del festejo el primero que salió esperó al otro en la
calle y la disputa prosiguió:
"Oscura
es la noche y me impide veros, más al alba con mi espada os espero.”-Dijo
Don Fernán.-
-A lo que respondió don
Gutierre: “La espera puede ser larga y la
ofensa saciar ahora podéis, o acaso es el miedo el que os impide ver y no la
noche.”
“Aquí
y ahora Dios mediante la ofensa será saldada.” Espetó Don Fernán.
“Así
se hará, partamos presto a la puerta Este de la Villa y a la luz de la bujía
(vela o candelabro) que ilumina el Cristo del arco, ilumine también nuestros destinos.”
-Contestó Don Gutierre.-
Tratado de esgrima por Camillo Agrippa (F.I.) |
Y en la oscuridad de la
noche a través de callejas y callejuelas se dirigen hacia la llamada puerta del
rio de la Villa. Una vez allí con el Cristo como único testigo, a la luz de la bujía, desenvainan
sus espadas. Más antes de comenzar el duelo, Don Fernán rodilla en tierra reza
y se santigua, mientras Don Gutierre besa la cruz de su espada. Tras el ritual,
se saludan y cruzan sus espadas. Al primer envite la luz de la bujía se apaga,
en la oscuridad de la noche el duelo se detiene. Cuando el ruido de las espadas
cesa la luz de la bujía vuelve a alumbrar la noche cacereña, será alguna ráfaga de
viento piensas ambos contendientes. El duelo se reanuda, las espadas se vuelven
a cruzar, más al poco rato la luz se apaga, y de nuevo, al parar y bajar sus
espadas, la luz de la bujía reaparece con brío. Casualidad, piensan. Y continúan
a lo suyo.
Más una tercera vez la luz se apaga, paralizados y desconcertados
quedan los duelistas, sus miradas se dirigen sorprendidos hacia la bujía que con
gran resplandor vuelve a encenderse iluminando súbitamente la imagen del
Cristo.
“Es
el Cristo, es el Cristo, es obra del Cristo.” –Repite sin
parar Don Fernán.
“Cierto
es,
–responde Don Gutierre- no quiere que a
duelo nos batamos, debemos detener de inmediato esta sinrazón, quiéralo Dios.”
Actual lienzo del Cristo de la Puerta del Rio, Cáceres. |
El duelo cesa, envainan
sus espadas roperas, y con un afectuoso abrazo sellan sus diferencias.
“Cúmplase
la voluntad del Cristo, aquí y ahora, la muerte no es nuestro destino, hagamos pues
un pacto entre caballeros y sea Doña Inés quien decida, quién es el afortunado
caballero que la corteje. Y una vez hecha su elección, debe el otro desistir en
sus pretensiones.” –Habló Don Fernán.-
“Tenéis
mi palabra, que así lo haremos. Partamos pues hacia su palacio que ya el alba
comienza a despuntar.”
Hacia el palacio del
regidor se dirigieron amigablemente los dos caballeros, deshaciendo el camino
andado y con la mente puesta en la decisión de la dama.
Al llegar escuchan un lejano
ruido, de pronto una ventana del palacio del regidor se abre:
“Es
la habitación de Doña Inés, dice en voz baja uno de los caballeros.”
Vista posterior de la casa de Aldana en Cáceres. |
Rápidamente ambos
caballeros se ocultan tras un callejón, y ante su asombro un hombre arroja una
cuerda por la ventana y se apresta a bajar por ella. Antes de llegar al suelo
una imagen de mujer asoma por la ventana.
“Mirad
es Doña Inés.”- Susurra Don Gutierre al oído de su
compañero.-
“Adiós
amadado mío.” -Y lanzándole un beso la bella Doña Inés,
se despide de su furtivo amante y cierra la ventana.-
“Quiso
el Cristo advertirnos con la luz de la bujía, de una muerte por un amor no
correspondido, y debemos pues estarle agradecido.”
-Habló Don Fernán-
“Y
así lo haremos, por mi parte, desde mañana nunca luz le faltará al anochecer al
Cristo.” – Respondió Don Gutierre.-
“Aquí
juramos que por mi parte también así se hará.”
-Y santiguándose juró Don Fernán.-
Desde entonces las familias de los Perero y de los Saavedra bajo
eterno juramento velaron que al Cristo de la puerta del rio, nunca le faltara
al caer la noche una luz que iluminara su imagen.
Más leyendas son y así te la he
contado, gracias y hasta la próxima.
Escrito
por: Jesús Sierra.
Fuentes:
Benito Simón Boxoyo
Antonio Rubio Rojas
Cesar García González