Torre de los Espaderos, Cáceres |
Avanzada la Edad Media, en la
villa de Cáceres la vida discurría para los señores entre la caza con cetrería
por los bosquecillos de la serranía de
la Mosca y la pugna fratricida en las callejuelas de la ciudad. Por ello era
importante estar bien ataviado de armas. Y de Toledo llegó una familia del
oficio de la forja, a los que llamaron por mote “los espaderos”. Juan que así
se llamaba el espadero, abasteció durante años a los nobles de la villa,
manteniéndose al margen de toda disputa, gozando sus espadas de una gran estima
en la villa y sus alrededores.
Juan,
tenía un hijo que había heredado además de su nombre, su maestría en el arte de
la forja. Era un mozo gallardo, fornido y de tez morena, y su sola presencia no
dejaba indiferente a las doncellas cacereñas.
Un día
un noble caballero de la villa, recibió una invitación del rey, para que junto con
otros nobles caballeros del reino le representaran en unas justas contra caballeros
moriscos en prueba de buena voluntad ante una tregua concertada. Para
deslumbrar a todos en dicho evento, mandó llamar a su presencia a Juan el
espadero, para encargarle todo lo necesario para tal fin. Juan que era ya
viejo, envió en representación suya a su hijo para perfilar los detalles.
Cuando el noble castellano no
estaba guerreando contra el Islam, vivía en una impresionante fortaleza, a la
cual se dirigió Juan. En aquella sombría fortaleza junto al señor vivía su
doncella hija de nombre Isabel, pues no hacía pocos años que había perdido a su
noble esposa. Al cuidado de Isabel, estaba una doncella morisca, Zuleima,
apresada de muy niña por el noble en una incursión contra los moros, y con el
tiempo convirtiese en confidente y amiga de Isabel. La joven Isabel fue
instruida en materia de humanidades y disciplinas del espíritu por un clérigo,
que hacía a su vez de mentor. La religiosidad de Isabel iba pareja con su
hermosura y su saber. En la villa así como, en el territorio era conocida su
fama de hermosura y extrema bondad, nunca faltaba una sopa para el caminante o el mendigo que
pasara por la villa.
Grabado medieval (F.I.) |
Cuando el joven artesano atravesó
por primera vez las puertas de roble de la fortaleza, la joven doncella cayó
presa de su amor, su corazón latía con un insospechado furor, ella que había
sido cortejada por nobles caballeros venidos de lugares distantes, ofreciéndole
riqueza y amor, caía ahora enamorada de un mozo con arrogante delantal de cuero
y ojos soñadores.
Ni el caballero ni el mozo
diéronse cuenta de ello, continuando las diarias visitas para confeccionar las
armas previstas: lanza, el pesado montante, la liviana espada y la daga, todo
con singular damasquino, temple exquisito y belleza, no olvidándose de los
arneses del caballo. Mientras, tras las bellas celosías, cada día, en cada
visita, un recóndito amor iba creciendo, y solo Zuleima era la única sabedora y
confidente del amor de su señora.
Llegó la hora de la partida hacia
las justas para el adalid y su séquito, y quiso el señor que el joven espadero
les acompañara para que a su vuelta voceara los triunfos del noble ante la
villa. Este en un principio declino tal ofrecimiento, pero su negativa subyugó
al ver salir al patio florido del castillo a la joven y bella Isabel. Ante
aquella deidad el espadero se avergonzó, bajando por un instante la mirada hacia su grasiento
delantal. Pero en ese inesperado cruce de miradas recatadas, el lenguaje
naciente del amor había encontrado respuesta. Y así formo parte del sequito. Durante
el largo camino los furtivos parloteos y las miradas iban forjando el amor, y
cuando al atardecer se montaba la tienda, Juan era el celoso guardador y
centinela de la bella doncella.
El torneo transcurrió espléndido
y de suerte alterna, pues las Justas terminaron en tablas para dignidad de
ambos bandos. Y para más orgullo de su padre, la belleza de Isabel fue admirada
por los Alvar, los Fernán Pérez, los Zúñiga y tantos otros caballeros
cristianos y recibió homenajes hasta de los nobles musulmanes.
Representación de un Torneo de justas, s.XV (F.I.) |
A la hora de regreso el rey llamó
a todos los nobles caballeros allí reunidos e hizo que todos le siguieran hacia
su castillo, pues según fuentes espías, los reinos Taifas del Sur habían roto
la tregua declarando la guerra santa, y debían prepararse para futuras
incursiones. Así el noble cacereño dejo a parte de su sequito el cuidado de
conducir a Cáceres a Isabel, dando sin saberlo rienda suelta a dos corazones.
El regreso fue un maravilloso
romance de amor, alargando Isabel el trayecto con argucias femeninas y
dificultando la vuelta hacia su destino. Juan siempre a su vera, le demostraba
su amor, respetuoso y honesto e igualmente correspondido por Isabel.
Pero cerca de la sierra cacereña divisan
un ejército acercándose al cortejo, era el padre de Isabel, que temeroso por el
retraso de su hija había partido en su busca. Al descender de su caballo
inquirió al jefe de la guardia el enorme
retraso de la comitiva, y este le respondió: “que cumplía órdenes de la doncella
Isabel, y que hallábase ahora descansando a orillas del Salor”.
Cabalgó raudo el noble, sorprendiendo a los jóvenes diciéndose ternezas como enamorados. Y presa de su ira el caballero desenvaino su espada contra el joven espadero que pudo esquivarla gracias al grito desgarrado de Isabel, huyendo a merced de la noche que acontecía.
Cabalgó raudo el noble, sorprendiendo a los jóvenes diciéndose ternezas como enamorados. Y presa de su ira el caballero desenvaino su espada contra el joven espadero que pudo esquivarla gracias al grito desgarrado de Isabel, huyendo a merced de la noche que acontecía.
Ya en el castillo, la explicación
sincera de amor de la hija enarboló más aun la soberbia del padre que juró
venganza. Encerró a su hija en sus aposentos custodiada por guardias, y salió
con su ejército camino de la casa del espadero. En plena noche el silencio de
la villa se vio alterado por el rechinar de las herraduras de los caballos. Cuando
llegaron ante el portal de la casa taller del espadero, golpearon reiteradamente
las puertas, instando al joven a responder frente a la justicia personal del
señor de horca y cuchillo. Una voz entonces respondió desde el interior, la del
viejo espadero, que conociendo que la entrega del hijo equivalía enviarle al
tormento y después a la muerte, respondió negativamente ante el noble.
Tras breve plazo concedido,
llegaron del castillo pertrechos de asalto y asedio de sitio, y con premura
ante que los demás nobles de la villa tuvieran tiempo de intervenir, cayó al
asalto la casona, asesinando los pocos criados que defensores se erigieron. Mal
herido quedó el padre y preso el hijo, que volvía a cruzar de nuevo las puertas
del castillo ahora humillado y atado a la cola del caballo del noble.
Miniatura de un asalto a un castillo fortificado (F.I.) |
Ante el enorme ruido y alboroto,
se despacharon mensajeros para conocer la causa, hallando gravemente herido al
viejo espadero, que pudo hacer relato de lo ocurrido.
Los nobles decidieron visitar al
padre de Isabel para conocer sus intenciones con el prisionero, accedió el
caballero a recibirles en el gran salón del castillo, y hablo el más antiguo de
los nobles para pedir explicaciones de lo ocurrido la noche anterior, pedir
favores para joven sin partido ni bandería de señor conocido y paliar los
agravios cometidos. Pero la soberbia del noble nubló su mente y con voz tonante,
a la embajada expuso que: “como señor de horca y cuchillo y juez de causa, a
nadie había de dar cuentas de lo que consideraba un ultraje a sus blasones y
traición a su causa; y que ni al propio rey cuenta diera, de lo que en su castillo
aconteciere”. Tachó de amujerados a los nobles allí reunidos y amenazó con
atacar a todo aquel que se acercara armado al castillo, dando por terminada la
audiencia concedida.
Los caballeros cacereños lejos de
amedrentarse hicieron frente común ante el intransigente noble, apostaron piqueros
y arqueros en puntos estratégicos. La reacción no se hizo esperar y las puertas
del castillo se abrieron dando paso a la caballería del castillo que en pocos
minutos aniquiló a los guardias tiñendo de rojo las calles de la ciudad. El
terror se extendió por la zona, hambre y miedo por igual convivían en la
ciudad. Ante esta situación pidieron
embajada ante el rey que tras varios intentos infructuosos; por hallarse entre
guerras; el rey puso camino hacia la villa con parte de su ejército.
En las mazmorras, Juan era terriblemente
atormentado y torturado: laceraciones de sus carnes, quebrantar de huesos,
hierros y ruedas punzantes; iban convirtiendo al viril joven en un pobre
guiñapo destrozado. Estas sesiones de tormento eran presididas por el noble
cada vez mas soberbio y enloquecido, intentado arrancarle la confesión sobre la
seducción de su hija. Una tras otra, sus respuestas eran siempre las mismas: “que
sólo amor limpio y puro sintiera y en la misma forma fue correspondido. Que
Isabel seguía siendo tan pura como cuando su madre la alumbrara”. El noble
enfurecido, ordenó extremar hasta la muerte la tortura, aunque el padre de
rodilla, ante la puerta del castillo implorada la libertad de su hijo durante
varios días.
Isabel, al borde de la locura,
lloraba en la soledad de su estancia bien guardada. Solamente consolada por su
fiel doncella Zuleima, que le reportaba siempre triste el terrible acontecer
del joven.
Blasón de los espaderos (Foto por Jesús Sierra) |
Llegó el rey con su séquito a las
puertas fortificadas de la villa, siendo recibido por todos los nobles a
excepción del padre de Isabel. Examinada la situación, un emisario real fue
enviado exigiendo la rendición, el cual fue dado muerte por los del castillo.
El rey viéndose ultrajado y
menospreciado, mandó tomar el castillo a sangre y fuego.
Mientras, Juan agonizaba. Y
avisada Isabel por Zuleima, y con su complicidad, logró llegar a las mazmorras
donde quedó horrorizada ante el cuerpo mutilado de Juan; abalanzose sobre el
torno donde yacía Juan, y abrazándose a él pudo escuchar el último suspiro de amor
de sus labios. Pero Dios, la fortuna o el amor puro, quiso que el alma de Juan
no partiera sola, y tras su beso la bella doncella cayese muerta también, prueba del
indestructible amor que procesaran. Los verdugos quedaron petrificados ante el
devenir de los acontecimientos.
En el exterior, las puertas del
castillo se abrieron por última vez
dando paso con expresión desafiante al noble caballero a caballo al
frente de sus mesnadas, contra su propio rey. Pero corta fue la batalla pues
una nube de flechas alcanzó al noble matándolo en el acto y a gran parte de su
compañía. Con el noble yaciendo muerto en el suelo y arrodillándose los mesnaderos
supervivientes al paso del rey; pues sólo ordenes habían cumplido; se dirigió
presto a los sótanos del castillo, seguido de sus caballeros y la nobleza
cacereña. Ya en la mazmorras, el espectáculo era dantesco, aún sujeto al torno
se encontraba Juan, su cuerpo descoyuntado y lleno de tumefactas heridas, y
sobre él con sus vestiduras ensangrentadas e inerte, testimonio de amor eterno,
yacía Isabel.
El rey estremecido ante tremenda
escena habló: “este amor que mas allá de la muerte llega, deberá ser eternamente
recordado. El castillo será demolido y cubierto de sal, pero sobre esta
mazmorra se alzará una capilla, donde reposarán para siempre unidos los amantes
que por amor murieron. Que el cuerpo del noble se pudra sobre el suelo donde
cayó, y que una torre sin almenas, que se llame Torre del Espadero, se alce al
cielo sobre este lugar.”
Y así se cumplió. La Torre del Espadero,
testimonio de la voluntad de un rey, sin saeteras y sin almenas, abierto al
cielo el granítico balcón, donde según la tradición, entonan los amantes en las
noches de luna llena su eterna canción de enamorados.
Más leyendas son y así te las he contado, gracias y hasta la próxima.
Escrito por : Jesús Sierra
Fuentes: Juan Arias
Qué relato tan precioso!!
ResponderEliminarCada vez me gustan más....eres un crak
ResponderEliminarPreciosa historia y muy bien escrita, Jesús
ResponderEliminarPor cierto lo de "amujerados" me ha parecido encantador